Punto de vista Valeria.
La noche anterior fue una pesadilla sin descanso. No logré conciliar el sueño, y mi hija se despertó dos veces para tomar leche materna, algo que no hacía desde que era más pequeña. Ni siquiera necesité poner alarma; llevaba despierta desde muy temprano.
Marcelo y yo habíamos acordado que la noche antes de la boda nos despediríamos y que solo nos veríamos en la ceremonia. Aunque me dolía, la promesa era sagrada; no quería arruinar la magia de nuestro gran día.
Justo cuando estaba a punto de vestirme, recibí un mensaje en el teléfono. Era de Bolton:
«Preciosa, ¡felicidades por tu boda! Tengo un regalo para ti, ¿nos vemos?»
Obviamente no podía verme con él ese día, no tenía tiempo ni ganas. En lugar de responder por mensaje, decidí llamarlo.
—¡Hola, Bolton! Qué temprano —le dije, sorprendida al ver la hora—.
—Sí, sé que es muy temprano, pero tú sabes que siempre madrugo. Quiero verme contigo un momento, tengo un regalo de bodas muy especial para ti.
—Podrías dárm