Punto de vista de Valeria.
Han pasado dos meses desde que comencé mi rehabilitación. No solo estaba enfrentando el desafío de recuperar la movilidad de mi cuerpo, sino que, junto a Marcelo, también estábamos apostando todo por su nuevo proyecto: la apertura de su propia compañía. Aunque no tenía el tamaño ni los recursos de la empresa de sus padres, Marcelo había invertido hasta el último centavo en levantarla. Y, a pesar de todo, estaba radiante de felicidad, como si nada más importara.
—Valeria, cariño, las chicas de la peluquería ya vienen a arreglarte el cabello —dijo mientras se acercaba a mi silla de ruedas. Se inclinó y, con dulzura, rozó su nariz con la mía en un beso esquimal que me hizo estremecer.
—Mi amor, estoy tan feliz por ti —le dije, con el pecho lleno de orgullo—. Has conseguido inaugurar la compañía. Te lo mereces, puedes lograr lo que sea si te lo propones.
Él me sonrió con esa mezcla de ternura y cansancio que había aprendido a reconocer.
—Es duro, Valeria… muy du