Marcelo
Increíble lo que rondaba en la mente de mi madre y de Samantha; parecían dispuestas a aprovecharse del dolor que yo estaba atravesando. Di un sorbo a la copa de vino que tenía entre las manos, pero su sabor me resultó amargo. No quería seguir bebiendo, solo anhelaba recuperar el control de mi vida, dejar de llorar, aunque fuera solo por una noche.
Intenté incorporarme del escritorio, pero el alcohol me tenía casi inmovilizado. Entonces, el resplandor de la pantalla de mi celular me indicó que estaba entrando una llamada. ¡Maldita sea! Esa mujer no se daba por vencida.
Rechacé la primera llamada de Samantha, pero en los siguientes minutos su insistencia fue insoportable.
—¡Maldita sea, Samantha! ¿Qué carajos quieres? ¡Déjame en paz!
Del otro lado de la línea solo escuchaba su respiración entrecortada, como si estuviera sufriendo… o fingiendo. Imaginé que se trataba de otra de sus artimañas.
—¿Samantha? ¿Qué ocurre? Habla de una vez.
—Mar… Marcelo… ayúdame, por favor —balbuceó c