El avión volaba tranquilo en el cielo despejado. La luz suave del atardecer se filtraba a través de las ventanas, tiñendo todo de un tono cálido que contrastaba con el torbellino de emociones en mi interior. Sentada junto a Pietro, que estaba absorto en su teléfono móvil, apenas podía concentrarme en el libro que había traído. Todo se sentía irreal. Solo unas horas antes, había pronunciado los votos que me unían a él en una ceremonia breve y sobria. Mi madre lloró, mi hermana parecía emocionada, pero yo… yo solo sentía nervios y un abrumador vacío de certezas.
Estoy segura de que lloraba llena de hipocresía y lloraba, cargaba la emociones que no tenían nada que ver con el acontecimiento que se estaba dando ante sus ojos. Lloraba porque estaba obligando a su hija mayor a casarse con un completo desconocido. Lloraba porque se había visto seducida una vez más por los arranques de mi padre, por sus malas decisiones, por pensar con la cabeza caliente, por refugiarse en la muerte de sus pad