Valeria Gregor
Pietro cerró la puerta del coche tras ayudarme a bajar, y su gesto no delató ni un atisbo de emoción. Observé la mansión con detenimiento mientras avanzábamos hacia la entrada principal. Las enormes columnas blancas y las puertas dobles de hierro forjado parecían pertenecer más a un museo que a un hogar. Era un monumento a su estatus, a su poder, y a todo lo que yo no entendía de él.
La mansión se alzaba frente a mí como un castillo, con su fachada blanca reluciendo bajo el sol y rodeada de jardines llenos de flores y árboles que parecían sacados de un cuento de hadas.
Una mujer mayor con uniforme impecable se adelantó hacia nosotros. Su postura era perfecta, y sus manos se juntaron frente a ella en un gesto profesional. Debía de tener unos 50 o 60 años, no lo sé con exactitud. Sin embargo, su forma de pararse. Su uniforme bien planchado, Podría hasta jurar que lleva maquillaje puesto.
Parece sacada de una caricatura d ellos años cincuenta de esas películas de millonar