Tomé los papeles sin decir nada. Lo miré a los ojos, tenía tanta rabia en estos momentos que quería acabarlo con mis propias manos.
Pensar que este tipo fue el que me dió la noticia de mi hermana e incluso fingió que no sabía lo que estaba pasando, era algo que me hacía hervir la sangre.
—Gracias por cooperar. Aunque sea tarde.
—No lo hago por usted —respondió sin aspavientos—. Lo hago porque esto me persigue cada noche. Si van a arreglar algo de este desastre, al menos háganlo bien.
Salí del hospital con los documentos bien resguardados y la mente encendida. “Casa Lucía” era mi siguiente destino. No iba a perder tiempo. Si la niña había sido reubicada, iba a seguir el rastro hasta encontrar el último punto.
No era solo una promesa para Rocío. Era un compromiso conmigo mismo. Y con esa niña que nunca conocí, pero que ya era parte de mi historia.
El cartel oxidado de Casa Lucía aún colgaba inclinado sobre la entrada. El lugar estaba abandonado desde hacía tiempo, pero el portón trasero