VICTORIA:
No hizo amago de acercarse ni de suavizar sus palabras; se pasó una mano por la frente, suspiró y volvió a ser distante y frío.
—Ella no es lo que parece —parecía que temía lo que iba a decir—, pero hay cosas que ahora no puedo explicarte. Vamos a ver a tu ginecólogo primero. Desde que lo conocía, había comprendido que era un hombre calculador; cada gesto suyo tenía una finalidad. Esa tensión oculta significaba peligro, aunque no me lo dijera. —Vamos a resolver lo del chip ahora. —Su mano volvió a tomarme por la cintura, con más urgencia y desesperación. No me negué, debía acabar con todo para poder proteger a mi bebé. Finalmente, llegamos a la consulta de mi doctora. La enfermera nos dejó pasar de inmediato. —Victoria, cuánto