44. EL JUEGO DE LAS APARIENCIAS
VICTORIA:
El trayecto hacia la empresa se sentía interminable. La noche anterior aún vibraba en mi memoria, con los ecos de la pasión que habíamos compartido. Sin embargo, aquí estaba yo, sentada en el asiento trasero del automóvil de mi tío Alberto, con Ricardo al frente, inmóvil y concentrado en su teléfono. La opaca cortina de silencio entre nosotros me frenaba. Si él no lo reconocía, no sería yo quien lo hiciera.
—Tío, ¿puedes pasarme toda esa información del desfalco que mostraste en el juicio? —pregunté, intentando mantenerme ocupada y no en las imágenes que mi mente me traía.
Mi tío miró a su asistente, Javier, que conducía con la mirada fija en la carretera. Antes de que pudiera alcanzar el maletín que me indicaba, mi teléfono se llenó de notificaciones. Al tomarlo, miré a Ricardo sorprendida; su expresión permanecía fría, hermética, como si nuestra aventura nocturna no existiera en su inquebrantable faceta profesional.
—¿Se lo enviaste todo, Ricardo? —preguntó mi tío Alber