VICTORIA:

El vino y la tormenta habían creado una atmósfera íntima que ninguno de los dos parecía querer romper. Sus dedos rozaron mi mejilla con una delicadeza que no esperaba de él, enviando escalofríos por mi columna. La luz de las velas danzaba sobre su rostro, suavizando sus facciones normalmente severas.  

—Relájate... —susurró como una caricia en mi oído—. Estás protegida en mis brazos.  

Esta vez, cuando sus labios encontraron los míos, no lo rechacé. No era como aquella noche en el club; ahora éramos plenamente conscientes de cada roce, de cada suspiro. Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome hacia él con una ternura que me sorprendió, y me dejé llevar.  

Un trueno retumbó en la distancia y me sobresalté. Pero los brazos de Ricardo me sostuvieron contra su cuerpo, mientras sus