VICTORIA:

Estaba cansada, y mucho. Después del enfrentamiento con Carlos y Ana, me sentía exhausta. ¿Cómo mi vida se había convertido en esto en tan solo tres meses? Quería regresar a la casa de mis padres, pero mi tío se empeñó en retenerme hasta que llegara Ricardo, que andaba consolando a su mujer, y eso, por algún motivo, me irritaba.

La espera se hacía interminable, mi tío no decía una sola palabra. Estaba sentado frente a mí, estudiando unos documentos como si fueran más importantes que todo lo que acabábamos de pasar. Su silencio me irritaba casi tanto como la ausencia de Ricardo. Me levanté del sillón.

—Voy a darme un respiro —le anuncié.

—Victoria, quédate aquí —dijo sin mirarme, con esa autoridad que pretendía imponer incluso en sus gestos más pequeños.

Ignoré su orden y salí al pequeño balcón. La noche era oscura, y el aire frío me golpeaba el rostro. Me sentí más sola que nunca. Se suponía que Carlos y Ana eran personas de confianza, aliados en este desastre, y, si