La tensión se sentía a flor de piel. La culpa los invadía a todos y como no habían visto a su jefe, enloqueció. Se convirtió en lobo y aullando con todas sus fuerzas, descargó el enojo, para después descargar su enojo en alguien más.
La manada que apenas se recuperaba del aullido lastimero de Curthwulf, miraban con miedo a Bratt quien no sabía realmente que hacer para poder calmar el dolor de su hermano. El hombre que quería morir.
— ¿Qué vamos a hacer? —pregunta Retmus angustiado
— Dejar que el monstruo haga todo lo que le ayude a calmar su ira. En el caso de su esposa, debemos llevarla a otro lugar y mantenerla sedada. Si despierta e intenta buscar a su familia, podría empeorar todo.
— ¿A dónde la van a llevar? — pregunta Retmus y Bratt suspira profundo.
— Para mí, Retmus, no eres un mal chico. Pero, con todo lo que ha sucedió, no puedo confiarle esa información a nadie. Ya no son una manada fuerte y confiable. — dice Bratt y Retmus asiente.
— Tienes razón, señor. En vez de demostr