Narrado por Amy Belmonte
Si había soltado un litro de lágrimas al enterarme del embarazo, ahora que están haciéndome la ecografía estoy soltando dos litros más. Afortunadamente, mi doctora no ha detectado nada malo, y cada cosa positiva que nos dice en mi primer chequeo, produce un sonido de alivio de los padres.
Luke, que está sosteniendo mi mano desde que me acosté aquí, no para de analizar el monitor. Algunas veces desde que nos enteramos de la noticia, que fue hace tres días, me preguntó qué estará sintiendo. Lo veo muy pensativo, más que nervioso como yo. Eso me inquieta, y al mismo tiempo me regaño a mí misma, son inseguridades en las que debo trabajar.
—Sí, este bebé va por la semana 20 y se había estado escondiendo muy bien. El volumen de tu barriga es asombroso para el tiempo que llevas — explica la doctora.
—¿Si? ¿Por qué? Yo sí me veo subida de peso, soy una irresponsable — se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas, que son secadas por el pañuelo que me pasa Luke por deba