Capítulo 2: ¿Por qué no nos casamos?

Dos años después…

Elizabeth sentía que había arruinado su vida.

El tiempo que duró su matrimonio fue tan fugaz como lo fue su falso noviazgo.

Jonathan le había roto el corazón y había matado todas sus ilusiones.

El día de su boda se enteró de que su marido tenía pareja y que ambos se habían puesto de acuerdo para estafarla. 

Arruinada y sin familia a quién acudir, ocultó de su marido la única joya que le quedaba y la vendió para poder sobrevivir mientras encontraba algún trabajo. 

El día más feliz de su vida no fue cuando se casó, fue cuando le dieron por fin su acta de divorcio tres meses después.

Con el corazón roto y la autoestima destrozada, se encontró malviviendo porque la búsqueda de empleo fue mucho más difícil de lo que pensó.

En cada puesto en el que se presentaba las excusas eran siempre las mismas: «Estás demasiado cualificada, en este momento no eres lo que estamos buscando, ya te llamaremos». Y así un rechazo tras otro, hasta que llegó a la Compañía Robson y su adorado jefe la aceptó como su asistente.

Elizabeth nunca creyó que podría trabajar con otra persona con tanta complicidad como lo hacía con su padre, pero es que Roger era un hombre maravilloso.

Aunque esa percepción de su jefe solo la tenía ella, ya que la fama de mujeriego lo precedía.

Por ese motivo, en ese momento se encontraba a punto de llegar al apartamento donde Roger llevaba a sus amantes para salvarlo… Otra vez.

Como siempre hacía y en cada una de las ocasiones el corazón le dolía más.

—¡¿Por qué tardaste tanto?! —le preguntó él, apenas le abrió la puerta de la casa—. Ayúdame, esa mujer no se quiere ir y me ha dicho que soy el hombre de su vida. ¡¿Yo?! ¿Te imaginas? ¡Qué horror!

Elizabeth lo miró entrecerrando los ojos.

—Esta será la última vez, aprende a solucionar tus líos de faldas —susurró en cuanto vio aparecer a la mujer de la que quería librarse su jefe. Se llevó ambas manos al rostro y comenzó la actuación—. ¡¿Cómo me haces esto, Roger?! ¡Estamos comprometidos y me engañas de nuevo! ¿Cuántas fueron ya? ¡No tienes corazón!

De sus ojos comenzaron a escapar lágrimas y si la vieran en Hollywood la contratarían como la actriz principal de alguna película.

Su jefe siempre le decía que era una excelente actriz, lo que él no sabía era que lloraba de verdad.

¡Cómo le dolía que no la viera más que como una asistente!

—¡¿Tienes novia?! —preguntó la mujer mirando a Elizabeth.

Y lo hizo de esa forma que tanto la destrozaba. Para esa belleza era inconcebible que alguien como ella fuera la pareja de un hombre como él.

—Lo siento, Marta, el amor de mi vida es Elizabeth. No sé qué me ocurrió, me sedujiste, pero me pondré de rodilla si es necesario para que ella me perdone —dijo su jefe señalándola y deseó que al menos esa parte de la actuación fuese verdad.

—Mi nombre es Denisse, eres un…

—Un sinvergüenza —terminó la frase, Elizabeth, la tomó del brazo y la animó a que saliera de la casa—. Si fuera tú me haría algunos exámenes médicos, a mí me contagió algunas cosillas… Ya sabes, herpes —murmuró y la chica salió corriendo.

Cuando la mujer salió corriendo su jefe la agarró del brazo.

—¿No crees que te has pasado con lo último?, yo estoy muy sano. —Roger la miró, enfurruñado—. Pero la actuación un diez, cada día te metes más en el papel. Bueno, ahora vamos a la empresa que tengo esa horrible reunión. Al parecer me acosté con la esposa de uno de los accionistas, pero juro que yo no tenía la menor idea de que estaba casada.

—Sí, vamos de una vez, ya tengo los documentos listos, de ti depende ahora convencerlos de que eres un alma pura y e inocente de todo lo que se te acusa —gruñó Elizabeth.

—No sé qué haría sin ti —dijo y la abrazó. Elizabeth sintió que hasta las piernas le temblaban por tenerlo así de cerca.

No había podido evitar enamorarse de él.

Intentó no hacerlo, pero fue imposible.

—Harías lo que haces con todas las mujeres, te buscarías otra asistente que te cubra tus escarceos amorosos, ¿por qué no sientas cabeza, Roger? Ya tienes treinta y dos años, ¿no crees que es hora de madurar?

«Y casarte conmigo», pensó, soñar no costaba nada y ser la esposa de Roger había sido su ensoñación más preciada desde que comenzó a trabajar para él.

Roger fingió un escalofrío al escucharla.

—¡Wow! ¿Cuándo mi madre se convirtió en mi asistente? ¡Hablas igual que ella! —se quejó—. Mejor dejamos el tema y vamos a la empresa.

Se subieron al coche, pero ella no podía callar porque en aquella ocasión Roger había metido la pata hasta el fondo.

—Desde que mi trabajo peligra por culpa de tus locuras, ¿qué te dan todas esas mujeres que no podría darte una sola?

«¿Qué no podría darte yo?», pero eso no salió de su boca por más que lo deseara.

Él la miró de forma perversa y comenzó a reírse.

—Una niña buena como tú no lo entendería. Mejor deja de juzgarme y dime por qué siendo la hija de alguien como Patterson decidiste trabajar para mí, eres su heredera. ¿Sabes que yo también hui de mi familia por un tiempo? Si tú me lo cuentas yo también lo haré —esa había sido la pregunta más recurrente en los últimos dos años y ella siempre le contestaba lo mismo.

—Eso no es de tu incumbencia, alégrate de que me tienes trabajando para ti y deja de buscar respuestas.

—Hum, la perfecta señorita Elizabeth Patterson tiene secretos oscuros, interesante. Roger la miró de esa forma que la hacía ponerse a temblar y aceleró el auto—. Cuéntamelos, tú conoces todos los míos. Al menos los actuales.

—Te contaré mis secretos el día que tú seas mi asistente.

—Pero eso nunca ocurrirá, mis años como asistente terminaron hace tiempo —rezongó él antes de girar para entrar al aparcamiento del edificio—. Ve reservando el restaurante y que sea caro, no seas tacaña. Tendremos que celebrar cuando convenza a esos carcamales de que soy lo mejor que le ha pasado a esta empresa.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —lo refutó.

—Porque hemos hecho un excelente trabajo, la empresa cada día es más productiva y es gracias a nosotros. —Roger le colocó el dedo índice en la frente y la empujó con suavidad—. Ahora ve y haz la reservación. Ah, y anula la cita con mi madre, dile que vamos a pasar juntos toda la tarde haciendo cualquier cosa.

—¿Vamos a pasar toda la tarde juntos? —preguntó, ilusionada y con el corazón bombeando tan fuerte que temió que lo escuchara.

—¡No! Comeremos juntos para que te ponga al día de lo que ocurrió en la reunión y después tengo una cita con una rubia explosiva, ya te contaré todo más tarde.

Roger se dio la vuelta y entró a la reunión mientras Elizabeth lo veía marchar con el corazón cada vez más roto.

Ella no quería que le contara nada, quería ser esa rubia explosiva que pasara la tarde con él.

***

La reunión de Roger se demoró demasiado.

La hora de la comida había llegado y tuvo que llamar para suspender la reservación.

Estaba muy desilusionada porque era la primera vez que iba a pasar un tiempo a solas con él que no fuera en la oficina y no pudo hacerse realidad.

Ya era la hora de su salida, pero no quería marcharse sin antes verlo y saber cómo había salido la reunión.

Decidió ausentarse de su puesto e ir a las máquinas expendedoras del edificio. Ni siquiera había salido a comer por esperarlo y moría de hambre.

Estaba por llegar a la segunda planta cuando su teléfono sonó.

Era Roger.

—¿Ya te marchaste? —preguntó él apenas descolgó el teléfono.

Se escuchaba bastante serio, algo que no era normal en él.

—No, solo fui a buscar algo de comer, estoy aún en el edificio.

—Entonces ven a mi oficina, me gustaría hablar contigo de algo importante.

Elizabeth se preocupó, tal vez la reunión había salido muy mal y en ese momento iba a despedirla.

—Está bien, ahora mismo voy.

Cuando llegó a la oficina de su jefe, cargando un paquete de galletitas y jadeando por haber corrido más de lo que su capacidad física le daba, entró.

—¿Qué te ocurrió? Parece que vinieras huyendo de un fantasma —le preguntó Roger apenas la vio entrar.

—Nada, solo quise llegar lo antes posible, me preocupaste. —Elizabeth cayó en la silla como un saco de patatas.

Su jefe estaba de pie, se había metido las manos en los bolsillos y evitaba mirarla.

Roger estaba muy raro.

Elizabeth aprovechó ese momento para abrir el paquete de galletas y meterse una completa a la boca.

—Estuve pensando en las palabras que me dijiste antes —rompió el silencio y ella se quedó a medio masticar.

—¿Hum? —masculló y se arrepintió de que el hambre le hubiera ganado.

Ella le había dicho tantas cosas que no recordaba a qué se refería.

—Ya sabes, eso de que debo sentar cabeza, casarme, estar con una sola mujer… Madurar.

Elizabeth sintió que el alma se le iba a los pies.

Recordaba haberlo dicho, pero en un momento de frustración mientras soñaba despierta con que se casara con ella.

Ya era suficiente duro tenerle que cubrir todos sus escarceos amorosos, verlo casado y enamorado sería demasiado para su corazón.

—Entiendo —logró pronunciar una vez que se tragó la galleta—. ¿Tienes a alguien en mente? O quieres que te ayude a escoger…

«Por favor que no me pida eso», rogó para sí misma.

Roger esbozó una sonrisa y la miró. Elizabeth se puso tan nerviosa que se llevó otra galleta a la boca para que los nervios no la traicionaran.

—La verdad es que sí tengo a alguien en mente, Elizabeth, ¿por qué no nos casamos?

Ella masticó intentando procesar lo que él le estaba diciendo.

—¿Una boda doble? Eso ya es demasiado, eres mi jefe, estoy acostumbrada a que me pidas todo tipo de cosas extrañas, pero que quieras que yo también me case porque tú le tienes miedo al compromiso eso ya es pasar la línea.

Elizabeth no pensaba acudir a esa boda ni loca que estuviera. Verlo en el altar, junto a alguna de esas modelos con las que le gustaba salir… No, ella se quedaría en su casa llorando. Además, ¡¿de dónde pensaba ese hombre que ella iba a sacarse un novio?!

—No me has entendido —Roger se acercó a ella y le intentó robar una galleta, pero ella, por los nervios al tenerlo cerca, le golpeó la mano.

—Lo sien-siento, soy muy territorial con la comida, toma —le ofreció—, pero dime, ¿qué fue lo que no entendí?

Roger comenzó a dar vueltas alrededor de ella hasta que se detuvo frente a sus ojos.

—Lo que quise decir es que te cases conmigo, tú, yo, una iglesia, un ramo, ya sabes. Vamos a casarnos, ¿quieres?

Elizabeth se levantó, tiró la silla y las galletas en el suelo y si Roger no la llega a sujetar de los brazos tal vez ella también se habría caído.

—Estás bromeando, como siempre. ¡No te burles de mí, Roger! —alzó la voz, dolida porque le recordó a su exesposo y la forma en que la engañó—. ¿Por qué querrías casarte conmigo? ¿Piensas que no escucho como siempre tu hermana y tu madre se están riendo de mí por mi aspecto? Hasta tu hermano se reiría de mí si los visitara más a menudo. Pero tú nunca fuiste así, tú eras diferente. ¿Lo estás grabando? Es eso, ¿verdad? 

»Te han pedido que humilles a la gorda de tu asistente para que ellos puedan continuar riéndose de mí. ¿Y sabes por qué te lo han pedido? —Lo señaló con el dedo y continuó sin medir las consecuencias. Le dolía tanto que él se burlara de ella—. Porque todos menos tú se han dado cuenta de que estoy enamorada de ti.

Elizabeth miró a su alrededor buscando las cámaras.

Roger abrió mucho los ojos al escucharla, mostró una mueca de dolor en su semblante, pero después la miró muy serio.

—No es ninguna broma, Elizabeth, tal vez no soy bueno con este tipo de propuestas, porque la primera vez que lo hice no salió muy bien, pero la estoy diciendo de verdad. ¿Te quieres casar conmigo? Olvídate de mi hermana y de mi madre, el que te lo está pidiendo soy yo.

»Además, eso de que se ríen de ti son imaginaciones tuyas, mi familia te adora. Mi padre solo tiene palabras buenas para ti. 

—¿De verdad no lo estás diciendo para burlarte de mí? —Él negó con la cabeza, pero había algo que lo estaba torturando, aunque no lo mencionó—. Pero tú eres rico, ¿qué ganas con casarte conmigo? —preguntó y se miró a sí misma sintiéndose muy inferior.

Elizabeth no comprendía nada. Jonathan la quiso por su dinero, pero Roger tenía de sobra. ¿Sería posible que la quisiera como mujer?

La ilusión creció en su pecho y esperó ansiosa su respuesta.

—Gano una esposa y una buena mujer que sé que no me traicionará —fue su única respuesta.

Y a su corazón enamorado que no aprendía ni a golpes, lo interpretó como una declaración de amor.

—Acepto, me casaré contigo cuando tú quieras.

 

 

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