Capítulo 3: Si tanto lo amas deja de arruinarle la vida, ¿no ves que le avergüenzas?

 

Había transcurrido un mes desde su boda con Roger y continuaba casada. Su maldición se había roto… A medias, porque seguía tan intacta como el día en que nació.

Roger era amable con ella, en muchas ocasiones cariñoso y cada día que pasaba sentía que él se iba acercando más, pero todavía no habían dado ese paso que los haría marido y mujer en toda regla.

—¿Por qué insistes en trabajar cuando ya te dije que podías quedarte en la casa? Ahora eres mi esposa, no mi asistente —le dijo cuando la vio aparecer en su oficina, con la sonrisa en el rostro y feliz por estar a su lado.

Elizabeth no quería mencionarle que vivir en aquella casa se había convertido en un infierno.

Su boda, si bien fue muy familiar y no un evento público, para ella había sido perfecta.

Por fin se había armado de valor y había hablado con su familia, los invitó a su enlace y para su regocijo ellos aceptaron.

La vida podría ser perfecta, estaba casada con el hombre que amaba, su familia la había perdonado y cada día podía notar como Roger dejaba de mirarla como a una amiga y comenzaba a tener detalles que la dejaban con el estómago lleno de mariposas.

Aunque había un gran «pero», su suegra y su cuñada habían tomado como su pasatiempo preferido humillarla y reírse de ella cuando Roger se encontraba trabajando.

Y ella no sabía cómo decirle que quería que se marcharan a vivir los dos solos a otro lugar.

—Puedo ser tu esposa y asistente, ¿quién mejor que yo para cuidarte? Lo hice por dos años y ahora lo haré el resto de mi vida. Y no es una amenaza, es un halago, creo.

Roger comenzó a reírse y la miró con ternura.

—Tienes razón, ya que estás empeñada en venir a trabajar, ven, siéntate a mi lado y ayúdame a organizar el próximo desfile. —Elizabeth ni siquiera lo pensó, no había terminado de pedírselo y ya se encontraba a su lado y compartiendo el escritorio.

Cuando vio en la pantalla de su computadora varias fotos de modelos en lencería, la sonrisa se le borró.

—¿Necesitas ayuda para escoger a tu próxima amante? —susurró y de nuevo todas las esperanzas de que él de verdad la quisiera se vinieron abajo.

Es que estaba muy claro, Roger era un mujeriego reconocido, pero ella había creído que quería cambiar.

Cuando en el contrato matrimonial su padre había exigido que se agregara una cláusula para protegerla y su esposo la aceptó, de verdad creía que tenía intención de cumplirla.

—¡¿Qué?! ¡No! —se quejó él—. Estas son las modelos del desfile, vamos Elizabeth, hemos hecho esto juntos durante dos años. Ya sabes cómo funciona.

—Sí, contigo acostándote con todas y cada una de ellas —terminó por decir.

Roger volteó la silla e hizo lo mismo con la de ella.

Le colocó las manos en los muslos y se sorprendió. Era la primera vez que la tocaba de una forma tan cercana.

La abrazaba, le daba besos en la mejilla, le acariciaba el cabello, a veces recibía un beso en la frente antes de que se marchara, pero nunca había tocado otra parte de su cuerpo.

—Me casé contigo, ¿qué más quieres de mí? —la enfrentó y ella no pudo negarlo.

Sí, se había casado con ella, pero ¿era su esposa? ¿Una esposa en todo el sentido de la palabra? La respuesta era un «no».

—Cómo no quieres que piense que estás buscando a otras si a mí… ¡No me tocas!

Roger la miró con sorpresa, pero la disimuló con rapidez.

—Te recuerdo que tu padre me impuso una cláusula matrimonial para casarme contigo. ¿Eso no te da suficiente seguridad? Por si no te acuerdas, te refrescaré la memoria: «si me atrevo a serte infiel o a hacerte algún daño tú podrás reclamar mis acciones de la empresa y mi puesto».

Elizabeth bajó la cabeza.

Lo recordaba muy bien, agradecía la preocupación de su padre, pero aquella exigencia había sido muy humillante.

Su familia daba por hecho que Roger la engañaría.

—Sé bien lo que firmaste, no hace falta que me lo recuerdes con tanto detalle.

—Entonces, si lo sabes y aun así lo firmé, ¿por qué estás dudando de mí? Elizabeth, ¡mírame! —Él se veía tan molesto que ella no se atrevía a levantar la vista, pero cuando se lo pidió lo hizo—. Jamás habría aceptado la proposición de tu padre si se tratara de otra mujer que no fueras tú, ¿eso no te dice algo de lo mucho que confío en ti?

—Sí… Como tu mejor amiga —terminó por confesar lo que pensaba.

—Eres mi esposa y mi mejor amiga, es difícil encontrar esa combinación y nosotros la tenemos —se quejó él, se mostraba incómodo.

—¡Solo soy tu mejor amiga! Frente a todos soy tu esposa, pero tú… Ni siquiera me has besado. ¿Por qué te casaste conmigo si no te gusto?

Elizabeth soltó lo que llevaba en su interior y se preparó para recibir la verdad, pero Roger en lugar de romperle el corazón la atrajo hacía él y la besó.

Cuando sintió los labios de su marido sobre los suyos lo abrazó con fuerza, pero no supo cómo reaccionar.

Ella esperaba el rechazo y no aquello.

—Abre la boca, cariño —susurró él y Elizabeth obedeció.

El beso se tornó húmedo, incesante y apasionado. Ambos se habían olvidado de que estaban en la oficina y no podían detener los avances.

Roger en algún momento la había despeinado y tenía enredada su mano entre su cabello mientras sus besos subían más y más de nivel.

Elizabeth nunca se había sentido de esa forma, como si todo a su alrededor no importara y su único mundo fuese él.

—Roger… Eso fue —intentó pronunciar cuando él se detuvo y le colocó la frente sobre la de ella.

—Sí, fue muy… ¿Quién me lo iba a decir? —Aturdida no preguntó a qué se refería—. Cariño, ¿por qué no vas a casa y te arreglas?, quiero que estés conmigo en la presentación de esta noche.

No, ella no quería oír hablar de regresar a esa casa y menos sin él.

—¿Por qué no me acompañas y nos arreglamos juntos? O mejor no vamos y continúas con los besos.

Él comenzó a reírse, le dio su fraternal beso en la frente y le dijo:

—No sabía que me había casado con una mujer tan apasionada. —La miró con intensidad y después se alejó—: Esta noche, cariño, te lo prometo. Cuando regresemos de la presentación tú y yo terminaremos lo que comenzamos.

***

Elizabeth llegó a la casa y conforme se acercaba a la puerta su buen humor se fue marchando.

«Ojalá no estén esas brujas», pensó, pero no tuvo tan buena suerte.

Apenas entró e intentó escabullirse hacia su habitación se encontró con su cuñada.

—Tan tranquila que estábamos y llegó la foca. ¿Dónde estabas, comiéndote todas las reservas de comida del país?

Elizabeth ya estaba acostumbrada a que se burlaran de ella por su peso, por vestirse de forma tan poco favorecedora, por no maquillarse, no importaba el motivo, ella parecía generar que la gente se riera de ella.

—Estaba con Roger en la empresa —susurró y bajó el rostro para no continuar viendo esa mirada de burla.

—Pobre de mi hermano, no tiene suficiente con aguantarte aquí que encima vas a la empresa a incordiarlo.

Iba a decirle que ella no iba a molestarlo, todo lo contrario. Elizabeth quería ayudar a su esposo en todo lo que pudiera, pero sobre todo necesitaba salir de esa casa para que su cuñada y su suegra dejaran de hostigarla por un rato.

Lo peor era que no podía decir nada, porque frente a Roger esas mujeres se comportaban como si la adoraran. Así que su esposo vivía engañado y ella no sabía cómo decirle.

—¿Con quién hablas? —escuchó que preguntaba su suegra—. Ah, qué bueno que llegaste, te estuve buscando porque necesitaba tu ayuda.

—¿Mi ayuda? —se sorprendió. Era la primera vez que su suegra se dirigía a ella como si pudiera servirle de algo además de para molestarla.

—Sí, esta noche es la presentación. Parece mentira que trabajaras para mi hijo por dos años, ¡qué floja! Apenas te casaste ya no quieres hacer nada, pero eso se va a acabar. Necesito que me ayudes a arreglarme.

Elizabeth quiso decirle que ella también necesitaba prepararse para esa noche, pero quizá si hablaba a solas con su suegra sin que su hija estuviera delante, se comportara de forma distinta.

—¿Quiere que la ayude a escoger la ropa que se va a poner? —preguntó.

Su suegra comenzó a carcajearse y la miró como a un insecto.

—¿Tú? Mírate, por favor, pretendes decirme qué ponerme. No gracias, quiero que recojas todo el tiradero que hay en mi habitación y me planches el vestido. Debe quedar perfecto, acompañaré a mi hijo esta noche.

—Roger me dijo que yo sería su acompañante —pronunció en voz alta.

Su cuñada comenzó a carcajearse y su suegra la secundó.

—Por favor, la foca en una presentación de moda. ¿No tiene bastante mi hermano con ser al hazmerreír por haberse casado con alguien como tú que ahora quieres arruinar a la empresa? 

—¡Mi esposo no es el hazmerreír de nadie y menos por casarse conmigo! —les gritó por primera vez.

Su cuñada tomó su teléfono y comenzó a mostrarle imágenes de las redes sociales donde se burlaban de ella.

—¿Ahora me crees? Si tanto quieres a mi hermano será mejor que no le arruines esta noche con tu presencia.

Elizabeth aguantó las lágrimas con estoicismo.

Recordó el beso que se habían dado en la oficina y la forma en que él la miró con tanto cariño.

—Roger desea que yo esté con él esta noche, me lo pidió —dijo con muy poca seguridad.

—Ven conmigo —le ordenó su suegra y ella obedeció—. Lo mejor será que te pongas a hacer lo que te pedí y te olvides de la fiesta de esta noche. Mi hijo es demasiado bueno como para decirte de frente lo mucho que le avergüenzas, si tanto lo quieres deja de arruinarle la vida.

No podía más, tenía que salir de aquella casa y no sabía cómo hacerlo. Abandonar a su marido era algo impensable.

Lo amaba demasiado.

 

 

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