Una esposa XL para el magnate mujeriego
Una esposa XL para el magnate mujeriego
Por: Madison Scott
Capítulo 1: Tu único atractivo era el dinero y ya no lo tienes.

 

Elizabeth miró a los ojos al joven abogado que llevaba cinco meses trabajando como becario en la empresa de su padre y no podía creer que estuviera casándose a escondidas.

Había sido amor a primera vista, algo que a ella nunca le había ocurrido porque no era una mujer llamativa y no estaba acostumbrada a que un hombre se enamorara de ella de esa forma.

Desde niña sufría de sobrepeso y, a pesar de crecer en una familia que siempre intentó hacerla sentir bonita, sabía lo que los hombres pensaban de ella.

Por amor acababa de cometer una locura.

Se había escapado de su casa después de confesarle a su padre que estaba enamorada del nuevo becario y él se había negado de forma rotunda a su relación.

Su padre creía que Jonathan la quería por su dinero y que ella era una ingenua que se creía enamorada del primer hombre que le daba un poco de cariño.

Elizabeth pensaba demostrarle a él y a toda su familia que no era así.

Quería desheredarla, pues que lo hiciera, pero pensaba casarse con el hombre que amaba sin importar que ellos se opusieran.

Desde el momento en que le dijo a su pareja que se escaparía para casarse con él, Jonathan había preparado todo para que eso ocurriera.

En ese instante se encontraba entrando a la iglesia, muy nerviosa, pero decidida a hacerlo.

No hubo tiempo para conseguir un vestido de novia, tampoco para que ella le explicara que había tenido una discusión con su padre y se encontraba sin dinero.

Jonathan tenía demasiado apuro, estaba ansioso por casarse con ella.

Cuando llegó a su lado él no la miró, pero intentó no preocuparse e imaginó que estaba muy nervioso.

Elizabeth también lo estaba, su vida iba a cambiar ese día.

Antes de que pudiera hacerse a la idea, estaba dando el sí quiero en una ceremonia austera, casi sin invitados y sintiéndose horrible porque su familia no se encontraba a su lado.

—¿Quiere a Elizabeth Patterson como legítima esposa para amarla, cuidarla y respetarla hasta que la muerte los separe? —preguntó el sacerdote y se fijó en cómo su novio cerraba los ojos, apretaba la mandíbula y la miraba como si estuviera haciendo un esfuerzo muy grande.

Elizabeth sintió miedo de que él se retractara y de que no la amara como decía hacerlo.

Si eso ocurría ella no sabría cómo afrontarlo.

Él era su primer amor, desde antes de terminar sus estudios ella había dedicado su vida a trabajar en la empresa de su padre.

No había tenido experiencia con los hombres y ni ganas le había quedado de intentarlo.

Estaba cansada de sufrir humillaciones por su aspecto y él era el único que no la había mirado como la gorda a la que había que soportar porque era la hija del dueño de la empresa.

—Sí, quiero —lo escuchó pronunciar y suspiró de alivio.

Cuando el sacerdote repitió la pregunta para ella, respondió con la mayor rapidez y llena de ilusión.

—Sí, por supuesto que quiero —dijo y miró al que ahora era su esposo llena de ilusión.

Cuando llegó el momento del beso, Jonathan continuó sin mostrarse feliz.

Se acercó a ella y lo único que hizo fue rozarle la mejilla.

Lo mismo que había hecho durante los tres cortos meses de relación que habían llevado a escondidas.

Él siempre decía que la respetaba demasiado como para propasarse con ella, pero ahora eran marido y mujer, ¿acaso no merecía un beso?

¿Es que ni su propio marido iba a querer besarla?

Veintiséis años y nunca un hombre había mostrado el mínimo deseo hacía ella.

Era una mujer completa de pies a cabeza, puede que no tuviera una gran belleza ni el cuerpo que estaba a la moda, pero su familia siempre decía que Elizabeth se merecía el mundo…

Aunque el mundo parecía no quererla a ella.

Elizabeth se llevó la mano a la mejilla y se sintió más abatida. Él continuaba guardando las distancias y no podía dejar de pensar en las palabras de su padre.

«Te quiere solo por tu dinero, por ser mi hija. Ese hombre es un arribista que lo único que desea es ascender en la empresa. Es un bueno para nada, un inservible».

Elizabeth se sacó esa idea de la cabeza con rapidez.

Eso no podía ser verdad, Jonathan la amaba, pero era demasiado tímido para expresar sus emociones en público.

—Ya eres mi esposa —le dijo su marido y, por primera vez desde que comenzó la ceremonia, esbozó una sonrisa.

—Sí, todavía no puedo creerlo, nos hemos casado. —Le correspondió a la sonrisa y comenzó a tener esperanzas de que aquello podría salir bien.

Jonathan miró la hora, como si tuviera mucha prisa y después la ojeó con el ceño fruncido.

—Iremos al hotel, consumaremos el matrimonio para que no queden dudas y después hablaremos con tu padre —cuando se refirió a lo que sería su primera vez como un asunto que debía llevarse a cabo por interés sintió un nudo en el estómago.

—Pensé que conviviríamos un poco con tu familia y amigos. —Miró a las personas que había en la iglesia y nadie se veía emocionado.

Era un grupo muy reducido y unos desconocidos para ella.

Jonathan nunca la había presentado con sus amistades ni tampoco con su familia.

Decía que era debido a la relación que llevaban a escondidas.

Él se sentía inferior a ella en estatus, pero eso a Elizabeth no le importaba.

Había tenido dinero toda su vida, pero nunca el amor de un hombre y estaba ansiosa de recibirlo.

—¿Esta gente? No, a ellos les ofrecí dinero para que sirvieran de testigos, por cierto, hazme un cheque o dame dinero para que pueda pagarles. Están esperando a que lo haga. Ya sabes que como becario apenas me alcanza para vivir.

A Elizabeth no le gustaba la forma en la que le estaba hablando. Estaba siendo muy frío y en ningún momento la miraba con cariño, pero de nuevo lo achacó a los nervios de ese día.

«Te quiere solo por tu dinero».

No, eso no podía ser.

¿Pero si no era así por qué tenía tanto miedo de confesarle que ahora ella tenía tan poco dinero como él?

—Cla-claro, después iremos a un cajero… No me dio tiempo a traer nada con todo el lío de escaparme sin que me vieran —mintió, su familia la había visto marcharse, con su pequeña maleta después de que su padre anulara todas sus tarjetas y llamara a su abogado para sacarla del testamento.

Oficialmente, era una paria, pero su familia se equivocaba y se arrepentirían cuando la vieran feliz en su matrimonio.

—Vayamos a un cajero ahora —insistió—. Además, también necesitamos dinero para pagar el hotel.

Elizabeth sabía que era el momento de confesarle que no tenía nada, pero el miedo se lo impedía.

—Podemos ir a tu apartamento, me contaste que alquilabas uno, ¿no? Yo no necesito ir a un hotel, ni lujos, solo quiero estar contigo, Jonathan. —Su marido la miró de una forma que le heló el corazón.

—Eres una egoísta y una tacaña, ¡tú has tenido de todo en tu vida, pero yo no! ¿Me caso contigo y me quieres llevar a mi mugroso apartamento? ¡No, ni lo sueñes! —Jamás lo había escuchado gritar de esa forma y menos hablarle así.

Él siempre había sido dulce y amable con ella, era como si después de haberse casado solo la idea de verla le repugnara.

Las personas que había en la iglesia comenzaron a fijarse en ellos conforme él alzaba la voz y algunos se reían.

—Baja la voz, por favor, todo el mundo nos está mirando. —Se sentía humillada—. Hablemos fuera, déjame que te explique.

Jonathan asintió con la cabeza y la siguió, pero los testigos de la boda también decidieron ir detrás.

Al parecer les resultaba muy entretenido ver aquella discusión de recién casados.

Unos de los desconocidos, detuvo a su esposo y lo agarró del brazo.

—No te marches muy lejos, el jefe quiere su dinero o si no, ya sabes, te partiremos las piernas para que la próxima vez aprendas a apostar y no perder.

—¿A qué se refiere este hombre? —preguntó Elizabeth, asustada.

Ahora que los miraba no parecían personas de buena reputación.

El hombre la ignoró y le dedicó una mirada de advertencia a su esposo.

—Vamos, no es nada que te interese saber. —Jonathan la agarró del brazo y tiró de ella hacia la salida.

—¡Me haces daño! —se quejó por la forma en que la sujetaba—. Por favor, detente.

—¡Deja de quejarte, no te soporto! ¡Dame el dinero de una vez! —le gritó, parecía aborrecerla.

Elizabeth apretó los labios e intentó calmarlo.

—No puedo dártelo, mi padre se negó a que nos casáramos y me quitó todo. Incluso llamó a su abogado para que me desheredara. Mi familia me ha repudiado por casarme contigo, pero no me importa, saldremos adelante porque nos amamos. —Intentó abrazarlo, pero él dio un paso atrás como si ella le repugnara.

—¿Me estás diciendo que me casé contigo y no tienes nada?

—Nos amamos, ¿no? —repitió, aunque comenzaba a comprender que el sentimiento era solo de ella.

—¡¿Estás loca?! ¡¿En qué mundo una horrible foca como tú estaría con un hombre como yo?! No te puedes imaginar el asco que me ha dado fingir todo este tiempo que sentía algo por ti. ¡Tu único atractivo es el dinero y ahora no lo tienes!

Su esposo estaba enloquecido y más cuando los hombres comenzaron a acercarse.

—¿Por qué vienen hacia nosotros? —preguntó, asustada.

—Porque tú, gorda inútil, eres incapaz de hacer las cosas bien. ¡Solo tenías que callarte y no decirle nada a tu familia! Ahora me darán una paliza por tu culpa, pero tú me las vas a pagar. —Con toda su fuerza la agarró del brazo y la zarandeó hasta tirarla al suelo.

Recibió el impacto en las rodillas y gritó de dolor.

—No puedes estar hablando en serio, esto no puede ser verdad, ¡yo abandoné a mi familia por ti!

Jonathan comenzó a registrar entre sus pertenencias hasta dar con su bolso.

Mientras lo hacía les pedía tiempo a los hombres que lo rodeaban.

Cuando sacó su cartera y apenas vio unos dólares comenzó a suplicar frente a los matones.

Elizabeth, que a pesar de la humillación no quería que le hicieran daño, preguntó:

—¿Cuánto dinero les debe? —Se puso de pie y vio sus rodillas con la piel levantada y ensangrentadas.

—Cuatro mil dólares más los intereses, ¿le vas a salvar el trasero a esta basura? —le contestó el que tenía una cicatriz en la cara al ver como ella se llevaba las manos al collar de su abuela.

Sí, su esposo era una basura, pero ella no tenía el corazón para permitir que le dieran una paliza frente a sus ojos.

Se quitó el collar que era una reliquia familiar y costaba una fortuna.

—Esto cuesta mucho más de lo que él debe, quédeselo y por favor, déjenos en paz.

El hombre lo miró y asintió con la cabeza.

—Encima de horrenda, estúpida —lo escuchó insultarla—. Vamos, aquí ya está todo solucionado.

Su esposo, que todavía se encontraba tembloroso, se acercó a ella.

—Gracias —graznó como si le costara pronunciarlo—. Ahora podemos ir a hablar con tu familia para convencerlos de que te devuelvan todo.

Elizabeth sentía el alma desgarrada, no podía regresar con su familia después del espectáculo que había dado y menos quedarse con ese hombre que la había engañado de forma tan vil.

—Agradéceme firmando el divorcio —dijo—. No te quiero volver a ver en la vida.

 

 

 

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