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Capítulo 9: Juramento a media noche.

El regreso al Castillo Real fue una exhibición. La carroza, que había salido discretamente, volvió a toda velocidad al anochecer. Lyra y Kaelan se aseguraron de parecer despeinados y exhaustos.

La fachada comenzó en la puerta principal, donde el Capitán de la Guardia, un hombre leal pero estricto, los recibió con una ceja levantada.

—Altezas. Su regreso es inesperado. Esperábamos que pasaran la noche en Harthwick.

Kaelan se adelantó, su brazo rodeando la cintura de Lyra con una posesividad que no había tenido en público desde el Gran Baile. Lyra se apoyó en él, sintiendo el calor de su cuerpo como un ancla.

—Capitán —dijo Kaelan, su voz gruesa y teñida de un falso arrepentimiento. —. Hubo una… disputa monumental en el salón de Harthwick. Al parecer, la Princesa no está de acuerdo con mi elección de cortinas para el dormitorio principal.

Lyra, siguiendo el guion improvisado, gruñó en voz baja.

—Además de su arrogancia sobre la disposición del ala oeste. Es insoportable.

—Sí, y n medio de nuestra ‘negociación’ — continuó Kaelan, con una sonrisa forzada y condescendiente—, las cosas se pusieron un poco ardientes. Tuvimos que regresar inmediatamente para no deshonrar la casa con… ya sabe, mi falta de control.

El Capitán de la Guardia, visiblemente incómodo, tragó saliva.

—Comprendo. Ruido de amantes. Muy bien.

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Una vez en sus aposentos privados, Lyra se desprendió del agarre de Kaelan y se quitó el elegante sobrevestido, dejándolo caer al suelo. Estaba exhausta.

—Ahora, el gran final,— dijo Lyra, cruzándose de brazos—. La excusa para tu cohabitación. ¿Qué excusa vas a darle a mi dama de compañía? Ella es una espía sutil de mi padre.

Kaelan ya estaba dando órdenes a sus guardias, que patrullarían el pasillo exterior. Entró en el salón de Lyra con una bolsa de viaje de cuero, que contenía sus armas, sus mapas y poco más.

—No necesitamos una excusa elaborada, Lyra, sólo una demostración de dominio —replicó Kaelan.—. El ataque en Harthwick me demostró que el Concilio puede actuar rápidamente. No me moveré de tú lado hasta el matrimonio. Me importa más tu vida que que tu reputación.

—Nuestra vida —corrigió Lyra y Kaelan sonrió.

—Exacto. Y para su dama de compañía, la versión oficial es: después de la “disputa sobre las cortinas”, me di cuenta de que su inseguridad sobre el matrimonio es un peligro —Kaelan se encogió de hombros como si todo tuviera sentido y nada pudiera salir mal—. Así que decidí consumar el compromiso antes de la boda. Una movida audaz que cimenta nuestro lazo y silencia a los chismosos.

Lyra sintió que la sangre le subía a las mejillas.

—No puedes hacer eso. Es… eso es demasiado.

—Pero es necesario —aseguró—. Si el Concilio cree que ya he entrado en tu cama, creerán que tienen menos tiempo para actuar antes de que yo me establezca como rey. El miedo acelera sus errores.

Lyra cerró los ojos y respiró hondo, silenciosa y molesta, nadando entre la desesperación que le causaba el que Kaelan tuviera razón y sus propias creencias.

—Bien, lo haremos a tu manera —Lyra respiró profundo y señaló hacia el otro lado—. Pero que quede claro: dormirás en la sala adyacente, en el sofá, o te juro por la corona que desenvainaré mi espada y te haré desear la muerte.

Kaelan la miró con un ligero destello de burla en sus ojos.

—Lo entiendo, princesa —se acercó a Lyra, inclinándose ligeramente hacia adelante—. El deseo mutuo es solo una ilusión para la corte, nuestro odio es real y mi sofá es mi única cama. Trato hecho.

Después de eso las horas pasaron y Lyra se acostó en su enorme cama de cuatro postes, sintiendo cada sombra y crujido del antiguo castillo. La puerta de la sala de estar se mantuvo abierta por seguridad, y Lyra podía escuchar la respiración regular de Kaelan.

Sabía que él no estaba dormido.

Finalmente, Lyra se rindió. El silencio y la quietud eran insoportables después del día de adrenalina y mentiras. Se levantó, se puso una bata y se dirigió a la sala donde Kaelan estaba sentado en el sofá, completamente vestido, con un mapa militar desplegado sobre sus rodillas. La única fuente de luz era una vela baja que acentuaba los contornos de su rostro.

—¿No puedes dormir? —preguntó Kaelan, su voz sorprendentemente tranquila.

—No, y todo gracias a ti —admitió Lyra, acercándose al fuego moribundo en la chimenea—. Estoy pensando en el agente de las sombras en Harthwick. Su ataque fue personal. El Concilio está perdiendo la paciencia.—

—Sí, y su fracaso en asesinarte nos dará un margen de dos días, tal vez tres. Después atacarán directamente al rey —coincidió—. No podemos fallar en el compromiso, Lyra. Debemos casarnos.

Lyra lo miró. En la luz parpadeante, él parecía menos un príncipe y más un soldado exhausto. Ella se sentó en un sillón frente a él.

—En Harthwick, dijiste que tu madre te enseñó que la soledad era un escudo. Tu escudo —dijo Lyra, su voz suave—. Yo creía lo mismo, siempre pensé que tenía que hacerlo sola. Pero hoy… Hoy disparé la ballesta porque tú me diste la orden y confié en que me cubrías.

Kaelan la miró fijamente. La burla había desaparecido de su rostro por completo. Había una intensidad cruda en sus ojos, la misma que había visto en el campo de batalla.

—Y tú me salvaste —dijo Kaelan. Su voz era una confesión inusual—. La verdad es que he venido aquí a conquistar, pero también a buscar a un igual. Alguien que no se doblegue bajo la máscara. Quizás tú eres esa persona, Lyra.

Él se levantó lentamente, la vela proyectando una sombra gigantesca en la pared. Lyra no se movió.

—Reconozco que no confío en tu corazón, príncipe de Aethel. Pero sí confío en tu código de honor y en tu inteligencia —dijo Lyra—. Es bueno saber que por primera vez en mi vida, no estoy sola en esta guerra.

Kaelan se acercó a la chimenea, y su calor se hizo perceptible. Su proximidad llenó la sala con el aroma de especias y guerra. El aire vibró con una tensión que no era de odio ni de celos fingidos, sino de la verdad de su química. Era la atracción fatal de dos depredadores.

Él la miró con una intensidad que casi la obligó a mirar hacia otro lado.

—Entonces, hagamos un pacto, Lyra de Veridia. No un juramento de amor o matrimonio. Un juramento de guerra —pidió con voz suave y mirada intensa—. No importa lo que pase en esa boda, ni quién gane o pierda. Jura que nunca me apuñalarás por la espalda si prometo que nunca te dejaré sola contra el Concilio de las Sombras.

Lyra se levantó del sillón. Se acercó a él, acortando la distancia restante hasta que estuvieron separados por menos de un palmo. Sus ojos se encontraron, dos fuegos consumiéndose lentamente.

—Lo juro — susurró Lyra, su voz firme. —Hasta el último aliento.

Kaelan asintió, su expresión se relajó en algo que Lyra nunca había visto: una sombra de satisfacción. Él no la besó, no la tocó. Simplemente se quedó allí, compartiendo el juramento y la quietud de la medianoche.

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