Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa mañana de la boda amaneció brillante y cruel, sin respetar la gravedad de la traición y el peligro que pendían sobre el castillo.
Lyra estaba sentada frente a su espejo, vestida con un traje nupcial de seda blanca y plata, la corona de Veridia esperando sobre una almohada de terciopelo. Kaelan entró en la habitación. Él ya estaba vestido con el uniforme de gala de Aethel, todo terciopelo negro y insignias militares, luciendo cada centímetro como el general que venía a ejecutar una invasión, no un matrimonio. Su presencia silenciosa era el único consuelo de Lyra. —Lyra — dijo Kaelan, sin preámbulos—. He hablado con el sanador de mi séquito. Si mi plan falla, si el Concilio ha reforzado demasiado el hechizo de compulsión en tu padre, podríamos tener que neutralizarlo en el altar. Lyra se puso de pie, enfrentándolo. —¿Neutralizarlo? ¿Significa eso un arresto público? —Significa lo necesario para evitar que firme el decreto final de rendición. No puedo arriesgarme a que te ponga la corona mientras aún esté bajo el control de las Sombras. El Concilio lo consideraría una bendición mágica. Tú eres la clave, Lyra. La corona debe ser impuesta por una voluntad libre de Veridia. —Y si tienes que arrestarlo, el Concilio lo usará como prueba de que eres un invasor que ejecuta un golpe — replicó Lyra, sintiendo cómo el plan se desmoronaba. Kaelan asintió, su rostro sombrío. —Lo sé, pero prefiero ser el invasor odiado que te dejó una corona libre, a ser el Príncipe que te entregó a la oscuridad. Confía en mi señal. Si levanto la mano derecha, tú tienes que actuar. Lyra caminó hasta el balcón, mirando a las multitudes que se reunían abajo. —Dime el plan, una última vez. Rápido. —Tú te acercarás al altar con tu padre. Justo antes de que imponga la corona, mis hechiceros, disfrazados entre mi delegación, liberarán una onda de luz purificadora. No será visible para la mayoría, pero hará que el hechizo de tu padre se quiebre momentáneamente. En ese instante, su voluntad será suya, y su mente sentirá la verdad de la traición. —¿Y si no funciona? —Si no funciona... — dijo Kaelan, acercándose a ella, sus ojos fijos en los suyos—, tendremos un ataque del Concilio en medio de la ceremonia. Si nos atacan, tú tienes que correr. Yo los detendré. Recuerda nuestro juramento: Yo te cubro. Tú vives y salvas la Corona. Por primera vez, Lyra vio el sacrificio en sus ojos. Él estaba dispuesto a morir o ser tachado de tirano para salvar el futuro que ella representaba. —No me voy a ir sin ti — dijo Lyra, su voz baja y cargada de una emoción nueva y feroz—. Si vamos a pelear, lo haremos juntos. Kaelan pareció considerar sus palabras. Un destello de algo indescriptible cruzó su rostro. —Eres demasiado obstinada para tu propio bien. Entonces hagámoslo juntos. Pero sigue el plan hasta que yo te diga lo contrario. ෴ლ෴ La procesión hacia el Gran Templo fue un borrón de seda y sonido. Lyra caminó al lado de su padre, el Rey Theodoric, cuyo rostro parecía extrañamente vacío. Lyra sintió la pesadez de su engaño. Él era su enemigo, sí, pero solo una víctima de la sombra. En el altar, el Príncipe Kaelan la esperaba y sus ojos se encontraron por encima de las cabezas de la congregación. La tensión entre ellos era tan densa que Lyra se preguntó cómo los invitados no podían sentir la electricidad de su odio y su alianza. La ceremonia avanzó lentamente. Los votos, una burla elaborada de amor y lealtad, resonaron en la vasta sala. Finalmente, llegó el momento. El Rey Theodoric tomó la pesada corona de Veridia, el símbolo de siglos de poder y Kaelan, de pie junto a Lyra, respiró profundamente, una señal casi imperceptible. En ese momento, Lyra sintió una extraña ola de calor que emanaba de la delegación de Aethel. No hizo ruido. Solo una distorsión en el aire y los ojos del Rey Theodoric se abrieron. El vacío desapareció, reemplazado por un horror instantáneo y paralizante. Él vio a Lyra, su hija, y luego vio el Medallón de Obsidiana, que Lyra, siguiendo el plan, había llevado discretamente en una cadena oculta. —¡Lyra, no confíes en el príncipe! — gritó el Rey, su voz quebrada, pero libre. Levantó la corona—. ¡El Concilio nos ha vendido! El hechizo se había roto. La verdad lo había liberado, pero el Concilio estaba preparado y antes de que Kaelan o Lyra pudieran reaccionar, un grupo de nobles y sacerdotes de la facción de Marius se quitó las túnicas. Bajo ellas, llevaban la armadura oscura del Concilio y entonces, se desató el caos. El Sumo Sacerdote, revelado como el líder del ataque, gritó: —¡Mátenla! ¡La corona no debe ser impuesta! Una docena de agentes armados se abalanzaron sobre el altar. Kaelan no dudó y sacó la espada de su uniforme, una hoja de acero templado, y empujó a Lyra violentamente detrás de un pilar de mármol. —¡Cúbrete!— gritó Kaelan, lanzándose a la lucha con la ferocidad de un hombre que había esperado este momento toda su vida. Lyra, lejos de correr, se unió a la refriega, sacó su propia daga oculta y, con la puntería aprendida en Harthwick, hirió a un agente que intentaba flanquear a Kaelan. El Rey Theodoric, libre del hechizo, se tambaleó y fue agarrado por los guardias leales de Kaelan. Pero en medio de la lucha, el Sumo Sacerdote alzó un bastón de sombras y lo estampó contra el suelo. Una onda de energía negra golpeó el altar y la corona, que había caído de la mano del Rey, rodó. —¡La corona!— gritó Lyra. Kaelan, luchando con dos hombres a la vez, logró patear la corona hacia Lyra. Ella la atrapó. El caos no importaba. Solo importaba el peso del oro en sus manos. Kaelan se abrió paso hacia ella, derribando al último asaltante. Se paró frente a ella, cubierto de sudor y sangre, actuando como un escudo. —¡El tiempo es ahora, Lyra! ¡Cásate conmigo y acaba con esto! Con el templo en ruinas, con los gritos de la gente y el sonido del metal chocando, Lyra no dudó. Ella miró a Kaelan, al hombre que era su enemigo y ahora su única salvación. Ella tomó la corona y en un acto que unía la estrategia y la desesperación, la impuso en su propia cabeza. —Yo, Lyra, heredera de Veridia, me desposo contigo, Kaelan de Aethel y te tomo como mi rey y esposo. Yo, declaro que este reino está ahora bajo mi mando, unido por matrimonio a Aethel. El juramento gritado por encima del caos resonó y en ese instante, Kaelan tomó su mano y la besó públicamente, no como un acto de pasión, sino de posesión total y alianza inquebrantable. El Concilio había fallado. El matrimonio estaba sellado, pero el clímax había dejado el templo destruido y el reino dividido en una ola de sentimientos encontrados que podría arrasar con todo.






