Marcos
En la vida uno siempre tiene expectativas, pero estoy seguro de que en las mías nunca estuvo esta: terminar acostado en una cama de hospital con un par de costillas rotas.
Me encantaría decir que terminé en dicha situación por una pelea en un bar, por defender el honor de una linda chica o por un accidente jugando fútbol, pero la realidad estaba muy lejos de eso: un maldito adolescente decidió que era buena idea robar un auto, salir huyendo y chocar contra un par de imbéciles que esperaban en un semáforo en rojo.
Con “un par de imbéciles” me refería a mi mejor amigo y a mí.
En el fondo, preferiría estar en el hospital por un error mío y no por la imprudencia de otra persona. Esto me hacía sentir idiota, humillado y frustrado.
Estar en el hospital no era, en absoluto, divertido.
Mi padre entró a la habitación, interrumpiendo mis pensamientos y me lanzó una extraña mirada.
<<Aquí vamos otra vez…>>—¿Cómo estás? —preguntó mientras se acercaba a mi cama. Se quedó de pie a mi lado, observándome en silencio, esperando una respuesta por mi parte.
Pero yo lo conocía muy bien, por lo que me limité a responder con un escueto:
—Bien.
—Ya hablé con el abogado del chico y las cosas van bien —asintió con la cabeza—. El único inconveniente es que Aaron iba manejando con alcohol en la sangre.
Asentí y guardé mis comentarios. De nada serviría pelear con mi padre; él siempre ganaba.
Por algo tenía bien ganada la fama de buen abogado en la ciudad.
—Las cámaras de seguridad ciudadana grabaron lo ocurrido. Aaron y tú no están en problemas. De cualquier forma, intentaré mantener este asunto a raya —alzó una ceja hacia mí, como si su discurso de “todo está bien” fuera una mentira.
Y es que con ese hombre las cosas nunca iban a estar bien.
—Gracias, papá —murmuré, irritado.
Debía dar gracias de que mi padre adoraba a mi mejor amigo; de lo contrario, su reacción habría sido distinta y quizá Aaron estaría en serios problemas legales.
—¿Qué harás con la Universidad? No puedes perder más clases, yo no estoy pagando para esto —espetó.
Me mordí el labio inferior para no explotar.
—Pediré una licencia por un tiempo y luego retomaré.
Él asintió con la cabeza y caminó hacia la puerta. Lo observé fijamente y, antes de salir, giró apenas su duro rostro hacia mí.
—Más tarde te dan el alta —murmuró—. ¿Te quedarás un tiempo en casa, con nosotros?
—Verás, no puedo moverme mucho… —señalé mi vendaje y le guiñé un ojo. Él soltó una maldición y abandonó la habitación.
Inhalé profundamente y cerré los ojos.
Mi padre tenía esa enorme capacidad de arruinarme el humor. Era un hombre conservador, rígido, y al que, por cierto, yo no le agradaba.
Su sueño siempre fue que yo estudiara medicina, y eso es justo lo que estaba haciendo. No porque lo deseara, sino para darle el gusto. Aunque sabía que debería elegir mi propio camino, intentaba seguirle la corriente sólo por mi madre.
Recuerdo que cuando tenía cinco años y mi abuela materna murió, llegó Adela a mi vida. Ese mismo día, mi padre me explicó la gran diferencia entre ganarse la vida con dignidad y “la música”.
<<La música es un pasatiempo, algo que la gente hace en su tiempo libre>>, decía.
Pero la música siempre estuvo presente en mi vida. Mi abuela me enseñó a tocar guitarra y siempre la amé. Con el tiempo aprendí también a cantar.
Cuando llegó el momento de escoger una carrera universitaria, tomé un folleto de pedagogía en música y me permití soñar con lo hermoso que sería enseñar arte a los niños, vivir de lo que amaba. Pero mi padre fue claro: él solo financiaría medicina o derecho. Ese día me sentí fatal, pero acepté estudiar medicina, aun sabiendo que era pésimo en el área de la salud.
Este había sido mi primer año en la Universidad y, en el poco tiempo que llevaba fuera de casa, estudiando donde mi padre había decidido, lejos de casa, me di cuenta de lo absurdo que era vivir una vida diseñada por mi padre. Por eso, en secreto, había enviado una solicitud de traslado de carrera y de universidad. Seguro que mi padre sería capaz de matarme cuando se entere, pero no pensaba seguir viviendo así.
No quería estudiar medicina. No quería estar lejos de mi madre, ni de mis amigos.
El ruido de la puerta me sacó de mis pensamientos. Mamá entró con una sonrisa y, para mi sorpresa, traía una silla de ruedas.
—¿Qué es eso? —pregunté con curiosidad.
—Tu transporte, mi niño —respondió con alegría.
Hice una mueca y negué con la cabeza.
—Aún puedo caminar, ¿sabes? No es necesario que me lleven en eso.
—Tenemos que pasar a firmar la autorización y luego puedes irte —me explicó—. Pero el doctor recalcó que el hospital decreta que los pacientes deben salir en silla de ruedas.
—Los doctores son una m****a.
—¡Marcos! —me reprendió—. No digas eso, que en el futuro tú también lo serás.
—Claro, y el pasto rojo… —rodé los ojos. Ella me miró confundida.
—¿Pasa algo?
—No, mami.
Suspiró y empezó a guardar mis cosas en un bolso. La miré en silencio, preguntándome, como siempre, por qué una mujer como ella seguía al lado de un hombre como mi padre, quien era frío y distante con ella.
Jamás supe lo que era el amor verdadero, nunca me había enamorado; sin embargo, podía afirmar con certeza que mi padre no amaba a mi madre.
Cuando todo estaba listo le pedí a mi madre que me llevara a la habitación de Aaron antes de firmar el alta. Ella aceptó sin problema.
Al entrar, noté que su novia, Carolina, también estaba ahí. Nunca me cayó bien esa chica, pero Aaron me pidió que la tolerara, y como es mi mejor amigo, no pude negarme.
Mamá los saludó y, tras unos minutos de charla, nos dejó solos.
—Iré a la cafetería, vuelvo más tarde —dijo Carolina, incómoda. Me divirtió que me tuviera miedo, parecía un cachorro asustado.
—¿Por qué me da la impresión de que estás escapando de mí? —pregunté con una sonrisa.
Aaron me lanzó una mirada de reproche, pero decidí ignorarla.
—N-no estoy escapando… —respondió ella.
Siendo sincero, ella ya no me desagrada tanto como en un inicio. Había demostrado estar muy enamorada de mi amigo y eso es lo que más me importaba. De todos modos, lo que pasó antes ya era cosa del pasado y no era quién para juzgarla.
Aun así, me gustaba molestarla, porque así era yo.
—Marcos...—susurró Aaron entre dientes. Le sonreí con inocencia
—¿Qué...?
Mi pregunta quedó suspendida en el aire por un ruido que se escuchó fuera de la habitación. Los tres miramos en esa dirección y pronto la puerta se abrió revelando una cabellera rubia.
—¡Aaron! —saludó con emoción. Se aproximó a mi amigo para dejar un beso en su mejilla. De manera rápida saludó a Carolina y pronto se acercó a mí. Dejó un beso en mi mejilla y me quedé impactado.
No era una chica linda, era extremadamente hermosa.
Acababa de tener un enorme flechazo por su perfume y esos bellos ojos verdes.
—Me rompí el brazo —Aaron señaló su yeso a modo de explicación—. Y Marcos, un par de costillas —me señaló con su mentón. Observé a la rubia en silencio, porque literalmente me había robado las palabras.
<<¿Quién es esta chica?>>, me pregunté.
Intenté hacer memoria y recordar si Aaron había mencionado a alguna chica tan bella, pero solo se me vino a la cabeza esa tal Vanesa, la compañera de carrera que estaba obsesionada con él.
—¿Puedo firmar tu yeso? —preguntó la chica sin nombre. Carolina se rió y la observó con diversión.
—Es tan aburrido que no quiere que nadie lo raye —respondió con aburrimiento señalando a su novio.
—Es demasiado cliché —señaló Aaron en respuesta.
—Yo estaría encantado que dejes tu marca en mí —señalé con falsa inocencia. Me encogí de hombros con una sonrisa en los labios y le indiqué la venda en mi torso. Carolina me dió una confusa mirada, al igual que la bella chica.
Aaron aclaró su garganta y reprimió una sonrisa.
Sabía a lo que me refería, me conocía tan bien.
—¿Cuándo te dan el alta? —pregunta él, para desviar la atención de mi comentario.
—Ya me la dieron, mi madre tuvo que ir a firmar los permisos ahora —respondí. Observé cómo Carolina hablaba con la chica y ambas parecían llevarse muy bien.
Descarté la posibilidad de que ella sea Vanesa.
—Vale, supongo que te quedarás unos días antes de volver a la Universidad —señaló Aaron. Le di una mirada y asentí con la cabeza.
—De hecho, tenía una noticia que compartir contigo —respondí serio.
—¿Y eso sería...? —cuestionó. Ignoré su pregunta, porque ya habría tiempo para contarle mis planes sobre la Universidad.
—¿Por qué nunca me habías hablado de esta hermosa mujer, Aaron? —cuestioné con una sonrisa, cambiando de tema. La chica me observó con los ojos abiertos y abrió la boca sin saber qué decir.
—Nunca preguntaste... —respondió él con una sonrisa divertida.
—Nunca está demás pasar el dato, hombre —le guiñé un ojo a la bella rubia.
—¿Siempre eres así? —me preguntó ella con confusión.
—Sí, ¿Te gusta que sea así? —cuestioné de vuelta. Carolina rió muy fuerte y la observé con el ceño fruncido.
<<Estoy en plan de conquista, no me interrumpas>>, pensé.
—Lo siento, eres demasiado gracioso en modo conquista —se excusó Carolina.
—Se supone que debo ser sexy, no gracioso —señalé, contagiándome de su buen humor.
—Vale, creo que yo debo irme —la desconocida se puso de pie y se acercó a Aaron para darle un leve abrazo—. Me alegro que no haya sido algo más grave. Tomaré muchos apuntes para ti, lo prometo.
<<Es su compañera de carrera>>, concluí.
Aaron le agradeció y luego llegó el momento que estaba esperando, que se acercara a mí. Dudó un poco, pero de igual manera se agachó a mi altura y dejó un beso rápido en mi mejilla. Su aroma a vainilla inundó nuevamente mi olfato y antes que se escape, en un impulso, tomé su mejilla con mi mano y posé mis labios en su frente.
—Adiós, bella —susurré. Ella se ruborizó y me observó con espasmo. Se alejó de mí, dió media vuelta y abrazó levemente a Carolina, escuché un susurro por parte de la novia de mi amigo, pero no lo alcancé a escuchar.
La rubia salió rápido de la habitación y yo dirigí mi mirada hacia Aaron.
—Nunca antes había visto que alguien huya de ti —se rió a más no poder y Carolina se unió a él. Les sonreí y me encogí de hombros.
—¿Qué te puedo decir? Me ha dejado flechado —llevé una mano a mi pecho—. Tienes que decirme quién es ella —pedí. Aaron giró los ojos y me observó con diversión.
—No está disponible, Marcos.
—¿Está casada?
—No, pero está saliendo con un chico, que por cierto también es mi amigo —puntualizó él.
—Entonces si está disponible, hombre —giré los ojos con fastidio—. ¿Cómo se llama?
Aaron ignoró mi pregunta y con el único brazo que puede mover tomó su teléfono, para seguir ignorándome.
Le di una mirada curiosa a Carolina y ella se puso nerviosa. Alcé una ceja en su dirección y ella mordió su labio inferior.
—Samanta Hadler —soltó.
—¡Carolina! —le reprochó Aaron con una sonrisa—. Deja que se esfuerce. Al que quiere, que le cueste.
—Gracias, mejor amiga —le lancé un beso a Carolina y ella negó divertida—. Justo ahora te odio sólo en un cuarenta por ciento.
Ella soltó una carcajada y luego se acercó a la mesa que está al lado de Aaron para tomar una revista. Comenzó a hojearla de manera distraída.
Tomé el teléfono que descansaba sobre mis piernas, entré a I*******m y fui directo al perfil de Aaron. Busqué entre sus seguidores a Samanta y la encontré de inmediato.
<<Esto fue más fácil de lo que imaginé>>, sonreí.
Observé sus fotos y quedé aún más impresionado. Samanta era muy hermosa.
Definitivamente debía volver a verla, aunque ella pensara que yo era un psicópata.