Capítulo 3

Samanta

Observé con desesperación y nerviosismo a la compañera de clases que tenía sentada delante mío. Noté cómo cada dos minutos se acomodaba el cabello y reía con su amiga, que estaba sentada a su lado.

Aquella clase resultaba tan aburrida sin Aaron, y peor aún cuando me tocaba sentarme detrás de Vanesa. Esa chica era insoportable, tanto que su sola presencia me incomodaba.

Su maldita risita no me dejaba concentrarme en nada de lo que el profesor decía y eso me ponía de los nervios.

A mi lado estaba Samuel, pero mi amigo parecía absorto en sus propios pensamientos mientras observaba fijamente cómo las gotas de lluvia recorrían el ventanal.

Aaron era el único con quien me gustaba sentarme en clases, porque, aunque él lo negara, era muy inteligente y se había convertido en mi mano derecha dentro de la universidad. Era un gran apoyo en lo académico y, en lo personal, un excelente amigo.

Suspiré con fastidio cuando a Vanesa se le cayó el cuaderno al suelo y se agachó para recogerlo. No me consideraba una chica escandalosa ni conflictiva, pero esa muchacha lograba sacarme de quicio. Era fastidiosa y parecía necesitar llamar siempre la atención.

Me acomodé en mi asiento y garabateé rápidamente el ejercicio que estaba en la pizarra. Intenté resolverlo, pero mi concentración se había esfumado en el mismo instante en que Vanesa se sentó frente a mí.

—Bonita… —giré mi cuerpo para mirar tras de mí. Robert me sonrió y tomó uno de los mechones sueltos de mi coleta para jugar con él entre sus dedos. 

—¿Qué pasa? —cuestioné con una sonrisa. Él me hizo una seña en dirección a Samuel.

—Lo perdimos —señaló. Reí suavemente y observé a mi amigo con curiosidad.

—¿Qué pasa, dulcecito? —le pregunté a Samuel. Él me observó sin expresión alguna y se encogió de hombros.

Desde que conocí a Samuel lo apodé dulcecito, y no precisamente porque él lo fuera.

—Me duele la cabeza —señaló a secas.

—¿Estuvo buena la fiesta? —preguntó Robert con diversión. Samuel rió y asintió con la cabeza.

Noté que la amiga de Vanesa estaba muy atenta a nuestra conversación y la observé fijamente para que supiera que la había pillado. La chica pareció ponerse nerviosa y comenzó a hablar en susurros con Vanesa.

Samuel arrugó la nariz en dirección a nuestra compañera y luego tomó un lápiz para escribir en una esquina de mi cuaderno:

Esta chica es muy rara

Robert se alzó sobre su asiento y leyó la pequeña nota por encima de mi hombro. Samuel me lanzó una rápida mirada y esperó mi respuesta, hasta que escribí rápidamente con una letra desprolija.

Te tiene ganas, duh

Robert rió suavemente y sentí la vibración de su pecho en mi espalda. Sonreí.

Samuel nos observó e hizo una mueca con los labios antes de volver a mirar a la chica.

—¿Qué te parece, dulcecito? —pregunté. Mi amigo arrugó sus cejas y negó con la cabeza.

—Demasiado dulce para mí.

—¿Necesitas algo picante? —preguntó Robert. Samuel se giró para observarlo y le guiñó un ojo.

—No me gustan los extremos, tampoco.

Reí y le di un leve empujón con mi brazo.

—Veo que hoy no se encuentran muy concentrados en mi clase… —el profesor nos observó con una ceja alzada. Samuel se encogió de hombros y apuntó con su dedo a Vanesa.

—Es culpa de ella. No ha dejado de tocarse el pelo y reír en toda clase —acusó. La aludida se sonrojó y abrió sus labios con asombro. El profesor rió levemente y caminó hasta la puerta del salón.

—De todas maneras, se nos ha acabado el tiempo —suspiró con resignación—. Son libres, pueden irse. Nos vemos la próxima clase.

Robert se puso de pie y guardó todas sus cosas dentro del bolso que llevaba consigo. Con una sonrisa en el rostro hice lo mismo.

—¿Crees que estamos aún en el colegio, Samuel? —cuestionó Vanesa con las cejas fruncidas—. ¿Por qué me acusaste con el profesor?

—Lo mismo te pregunto, Vane —le sonrió con hipocresía y cerró su cuaderno sin mirarla—. Desde que Aaron te mandó a la m****a has cambiado mucho; ahora te crees una adolescente tratando de llamar la atención de todo el mundo.

Ella jadeó con asombro y se puso de pie para salir corriendo del salón, con una vergüenza evidente en el rostro. Su amiga miró de reojo a Samuel y con una mueca en los labios salió tras Vanesa.

Observé con sorpresa a Samuel y me quedé quieta. Sabíamos que Aaron había hablado con nuestra compañera hacía un par de días y le había explicado, de forma muy amable, que no estaba interesado en ella. Aun así, no esperaba en ningún momento que Samuel se lo restregara en la cara a Vanesa.

—Eres malo, malo desde adentro —murmuré.

Robert rió fuerte y se ubicó a mi lado. Me levanté y Samuel hizo lo mismo. Él suspiró con fastidio y juntos emprendimos el recorrido hacia la salida.

—No me gusta esa chica, necesita mucha atención.

Negué divertida y tomé la mano de Robert.

Caminamos en dirección al comedor de la Universidad y nos sentamos en la primera mesa vacía que vimos.

Tomé mi teléfono para enviarle un mensaje a Aaron y preguntarle cómo se encontraba de su brazo, pero al hacerlo algo más llamó mi atención.

Una notificación de I*******m me informó que tenía un nuevo seguidor.

Marcos_delahoz

Arrugué el rostro en una mueca de confusión y abrí el perfil para ver de quién se trataba.

Sentí el rostro de Robert sobre mi hombro. Rodeó mi cuerpo con sus brazos y me recosté levemente contra él, aún con el perfil de Marcos en mi pantalla.

—¿Quién es? —preguntó interesado.

—El amigo de Aaron.

Samuel me lanzó una mirada curiosa y alzó una ceja en nuestra dirección.

—¿Lo conociste? —preguntó mi amigo. Levanté el rostro hacia él y asentí levemente, sin saber qué responder—. Me agrada ese chico. Ayer fui a ver a Aaron y estaba con él.

—Sí, bueno… es muy…

Robert dejó un beso sobre mi mejilla y soltó su agarre. Empezó a sacar el almuerzo de su bolso y lo observé con nerviosismo.

No sabía por qué me sentía así.

—Ok, te entiendo —dijo Samuel, lanzándome una extraña mirada antes de concentrarse en su teléfono.

Volví a mirar el perfil de aquel chico y dudé.

¿Debería seguirlo de vuelta?

(…)

Robert se despidió de mí con un tierno beso en los labios y, posteriormente, le dio un leve abrazo a Samuel. Observé cómo se marchaba y luego le sonreí a Samuel.

—¿Te llevo? —le pregunté. Él asintió con la cabeza y caminamos hasta el estacionamiento de la universidad.

Samuel vivía cerca de mí casa, de hecho, la suya quedaba de paso a la mía, por lo que casi siempre lo llevaba en mi automóvil. A diferencia de Robert y Aaron, que vivían hacia el otro lado de la ciudad.

Subimos al auto y le entregué mi teléfono para que pusiera música. Comencé a cantar la canción que sonaba en los parlantes y me concentré en conducir.

Tú me enseñaste que tan simple son las cosas

Tú me enseñaste a dar amor y nada más

Y que no importa si recibes algo a cambio

Y descubrí que en esta vida hay algo más

Y donde quiera que yo esté, tú vas a estar.

Desde que Aaron había sufrido aquel accidente automovilístico, que por cierto, no había sido su culpa, estuve mucho más atenta mientras conducía y me concentraba el doble. Por suerte, la única secuela visible de mi amigo era el yeso que llevaba en su brazo derecho, y su acompañante, Marcos, se había roto unas cuantas costillas.

El hecho me había abierto los ojos y me hizo dar cuenta de lo frágiles que éramos en esta vida. Además, siempre había que estar alerta cuando se estaba tras un volante. Ellos habían tenido suerte, pero existían muchos casos en los que un accidente arrancaba la vida de las personas sin previo aviso.

Samuel rió con diversión, y pensé que era porque yo estaba cantando en voz alta, pero luego alzó mi teléfono. Esperé a detenerme en un semáforo en rojo y miré la pantalla, convencida de que me mostraría algún video gracioso o algo por el estilo, pero lo que señaló no tenía nada de divertido.

Había un mensaje. 

“Hola, hermosa”

El problema era que no había sido enviado por mi casi novio, sino por aquel chico con el ego inflado que había conocido gracias a Aaron. 

Marcos. 

—¿Por qué le dejas en visto? ¡Ahora tendré que responderle! —me alarmé. Samuel volvió a reír y dejó mi teléfono sobre sus piernas.

—Lo has flechado, Sami —me guiñó un ojo. Negué con la cabeza y observé el semáforo de reojo.

Avanzamos por las calles de la ciudad, pero esa sensación de nerviosismo no lograba abandonarme. 

—No me agrada él —señalé con una mueca—. Apuesto que es el típico rompecorazones que cree que las mujeres somos objetos y que todas besan el suelo por el que camina. 

Samuel se encogió de hombros y cambió la canción desde mi teléfono.

—Lo único que sé, es que ayer estuvo hablándome sobre lo bella que eres. Dijo que le parecías muy interesante.

Observé alarmada a Samuel y negué con la cabeza.

No, no podía creerlo. ¿Estaba loco? 

—¿Broma? No lo conozco de nada.

—De hecho, me preguntó si tenía alguna posibilidad contigo… —Samuel desabrochó su cinturón de seguridad una vez yo me estacioné fuera de su casa.

—Supongo que le dijiste que…

—Le dije que sí.

—¡Samuel! —lo regañé.

—Es lo que creo. Para ser sincero, creo que Robert no te hace ir al límite —se encogió de hombros sin un ápice de arrepentimiento—. Y yo considero que eso es justo lo que necesitas.

Samuel se acercó a mí y dejó un beso sobre mi mejilla.

—Nos vemos mañana, Sami.

Se bajó de mi automóvil y lo observé en silencio mientras él entraba a su casa.

—Qué diablos… 

No, Samuel estaba equivocado, porque Robert era lo que yo necesitaba. 

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