Marcos
La música resonaba por todo lo alto mientras íbamos por la carretera. Todos cantábamos aquella canción, entre risas y burlas hacia la desafinada voz de Samuel.
—¡Vas a romperme los tímpanos, joder! —se quejó Aaron entre risas, llevándose las manos a las orejas de forma exagerada. Él iba sentado a mi lado. En el lado contrario estaba Caro, y en el asiento de copiloto Samuel, que no dejaba de gritar la letra de la canción como si estuviera en un concierto.
—¡Eres un envidioso, Aaron! —replicó el aludido, estirando un brazo hacia adelante como si tuviera un micrófono imaginario.
—El único cantante aquí es Marcos —añadió Carolina, señalándome con el dedo índice y alzando las cejas con complicidad.
—Me halagas —respondí con una risotada, encogiéndome de hombros—, pero la verdad se me da mejor tocar instrumentos que cantar.
—¡Buaaa, no seas humilde! —murmuró Samanta por encima de la música—. Tienes una voz única, y lo sabes.
No dije nada, pues no sabía qué responder ante ello. Lo cie