Al día siguiente.
La cafetería estaba llena de murmullos y el aroma del café recién hecho.
Alma había invitado a Marella, ella atendía la cafetería porque estaba encantada con todo esto, le gustaba atender a la gente, hacer el café como Salvador le había enseñado.
Alma, ya estaba sentada en una de las mesas del fondo, su cabello recogido en un moño relajado mientras removía el azúcar de su taza.
Al ver entrar a Mora, su rostro se iluminó, y ambas corrieron a abrazarse como dos hermanas que no se habían visto en años, aunque se hubiesen visto hace poco.
—¿Cómo estás? —preguntó Mora, dejando su bolso a un lado. Su sonrisa estaba cargada de curiosidad—. ¿Qué tal la vida de recién casada?
Alma soltó una pequeña risa nerviosa, bajando la mirada al café.
—Bueno… ahí voy —respondió, con un aire de tranquilidad que no convenció del todo a Mora.
—Alma, —Mora tomó su mano con suavidad y sus ojos se tornaron serios—. ¿Estás segura de que hiciste lo correcto?
Alma suspiró y, con un movimiento lent