—¡Este hijo es de Eduardo! ¡Lo juro, es un Aragón!
Yolanda aflojó su agarre en la mujer, quien comenzó a sollozar, nerviosa.
—Más te vale que así sea.
Yolanda fijó sus ojos en ella.
—Necesitamos a un verdadero heredero. Si ese niño no es de Eduardo... ¡Dios mío! El abuelo jamás le perdonaría que haya lastimado a Marella por tu culpa. ¿Me entiendes? —Su voz era un susurro cortante—. Créeme, no querrás tenerme como enemiga.
Con un último toque en su mejilla, Yolanda se marchó. Glinda, temblorosa, se sentó en la cama, abrazándose el vientre.
—Por favor, que seas hijo de Eduardo... necesito esta vida perfecta como una señora Aragón.
Al día siguiente
Yolanda y Glinda bajaron juntas al comedor, donde el abuelo y el resto de la familia ya desayunaban. Glinda lanzó una mirada segura, aunque sus manos temblaban.
—Abuelo Santiago, no tengo dudas de que este hijo es un Aragón. Estoy dispuesta a hacer cualquier prueba de paternidad para demostrarlo.
Santiago la observó con recelo, pero asintió.
—B