Al día siguiente
Darrel despertó con la luz del amanecer filtrándose por la ventana, pero la calidez del cuerpo de Mora a su lado ya no estaba.
Frunció el ceño y se incorporó con rapidez. La ausencia de su esposa en la cama le produjo una punzada de ansiedad en el pecho.
La buscó con la mirada y, al no encontrarla, se levantó enseguida.
Bajó las escaleras a paso firme. Pronto la encontró en la cocina.
El olor a café recién hecho se mezclaba con el sonido suave de las sartenes.
Allí estaba Mora, de espaldas, concentrada en preparar el desayuno. Era una imagen cotidiana, pero para Darrel, esa mañana, verla así lo perturbó más de lo que esperaba.
—Mora, no tienes por qué hacer esto. Debes descansar —su voz sonó grave, pero se esforzó en suavizarla.
Ella se giró lentamente, mirándolo con un dejo de frialdad en sus ojos oscuros.
—Tenemos que hablar —respondió ella, dejando la sartén a un lado—. Vístete, se te hace tarde.
Darrel frunció el ceño, desconcertado.
—¿Tarde?
—¿Y el trabajo? ¿No v