Los días transcurrían con una lentitud abrumadora, y la cirugía de Bernardo se acercaba como un presagio inevitable.
La tensión en el ambiente era palpable, pero nada comparado con el peso que llevaba en el pecho. El miedo lo asfixiaba, y aunque se había acostumbrado al dolor físico después de tantas operaciones, este era diferente.
Este era el temor al fracaso, a un resultado que lo dejara atrapado para siempre en esa prisión que era su cuerpo.
En el silencio de la habitación, su mente lo traicionaba con pensamientos oscuros.
«No quiero morir… pero tampoco sé cómo vivir así» pensó con una resignación que lo desesperaba.
De repente, la puerta se abrió con un chirrido que lo sacó de sus pensamientos.
Cuando alzó la mirada, ahí estaba ella. La joven que había irrumpido en su vida como una tormenta inesperada, arrebatándole la única certeza que había tenido: su decisión de terminar con todo.
Cerró los ojos, como si al ignorarla pudiera hacerla desaparecer, pero no fue así.
Sintió su prese