Estuve a punto de preguntárselo, pero la puerta fue tocada.
Él no se movió, yo no me moví. Nos quedamos viéndonos mientras escuchábamos como aporreaban la madera.
—Deberías ir a ver quién es… —susurré contra sus labios.
—¿Y dejar a mi dulce esposa con la duda carcomiéndole la cabeza? —Volvió acercar su boca, sus labios rozándose con los míos—. Pregúntame lo que quieres saber. Dime tu duda y te responderé con completa honestidad —Prácticamente, me estaba suplicando que lo hiciera—. Haz la pregunta de una vez. Acaba con esto.
Abrí la boca, sintiendo que me fallaba la voz, como si mis cuerdas vocales hubieran desaparecido.
Siguieron aporreando la puerta.
—Deberías ir a ver quién es —dije con lo poco que me quedaba de voz.
Pude habérselo preguntado, pero no me atreví. No tuve la suficiente gallardía. Tenía miedo de la respuesta, de saber la verdad. No creía que pudiera resistirlo.
Como si la magia se hubiera roto, me soltó, pero por alguna razón, aún podía sentir la presencia de sus de