Jamás había bañado a un perro y menos a uno tan grande, pero debía mantenerlo limpio lo mejor posible para que Alexander no se ponga de malas y decida echar al pobre animal.
¿Los shampoo de humanos eran buenos para los perros? Ni idea, pero era lo que había.
Cafecito ladró mucho mientras lo bañaba y debía admitir que estaba un poco asustada, ya que no sabía si reaccionaría mal por mojarlo. Por suerte, no fue así.
—¡Listo, terminamos! —Le dije al can, quién ya había comido y ahora estaba bañado. Pareció entender mis palabras, porque enseguida, se sacudió sin control. Terminé mojada de pies a cabezas.
«¿En serio??»
Alexander apareció por la puerta y me miró, después miró al can. Por un segundo creí que sonreiría, pero su gesto se mantuvo sereno mientras tomaba una toalla y me secaba lo mejor que podía. Por alguna razón, la delicadeza de su acción hizo que mi corazón comenzará a latir rápidamente.
—Es inútil, igual tengo que bañarme —dije, sonrojándome al recordar lo que m