Dentro de la habitación de hotel, Alexander se quitó el reloj y el saco con una paciencia que me erizó el vello del cuerpo. Tomó su celular e hizo una llamada muy lejos de mí, para que yo no lo escuchara. A cualquiera le hubiera tranquilizado esa actitud, pero yo sabía que era la calma antes de la tormenta.
Quise pasar página, hacerme la desentendida, la que nada pasaba. Pero apenas me dio tiempo de sacar unas mantas y extenderla en el suelo para que Cafecito lo usara como cama antes de que Alexander me levantara, colocando mi vientre sobre su hombro.
Vi todo de cabeza hasta que estuve dentro de la habitación. Me bajó y pensé que me arrojaría sobre la cama, en su lugar, mis pies terminaron en el piso. Alexander se sentó en el sillón junto a la cama y me miró con aquellos ojos grises que sabía perfectamente lo que hacían.
—Quítate la ropa —ordenó con su voz que no dejaba espacio a objeciones.
—¿Qué? —Parpadeé repetidas veces, tratando de asimilar sus palabras.
—¿Me vas a hace