Una vez que Alexander se fue, recogí rápidamente la sábana y envolví mi cuerpo. No sé por qué hice eso, ya que no había nadie en la habitación.
Mis pies se movieron solos y no fue hacia el baño, sino hasta mi cartera, donde me fijé que aún tenía la tarjeta de Alexander. Aunque ahora que lo pensaba… Él jamás me la pidió de regreso.
Negué con la cabeza, ya que eso no me preocupaba ahora. Dejé su tarjeta a un lado y tomé mi celular. Hice lo más sensato que haría una mujer en su veintena ante un problema que necesitaba resolver: contarle a su mejor amiga.
Llamé a Jessica, quién respondió al primer timbrazo.
—¡Hola, preciosa! —dijo con su usual tono animado—. ¿Qué me cuentas de bueno?
—Jessica, todo me está saliendo de la patada —dije de una, necesitaba desahogarme.
—¿Con qué? ¿Tus pinturas? —habló con curiosidad. Me la podía imaginar arqueando una ceja.
—Todo se ha ido en picada desde que salió a la luz ese estúpido video en el hotel —Resoplé, acostándome en la cama, mirando