—Vamos, Kiara, ¡entremos! —La voz dulce de Charlotte me sacó de mi estupefacción, pero mis pies parecían clavados en la acera.
Lo que acababa de ver no podía ser real. Debía estar soñando o mi mente, confundida por las luces y el gentío, habían convertido a un extraño cualquiera en una aparición que aún me perturbaba en el fondo de la mente. Negué con la cabeza.
Charlotte, con la práctica soltura de quien está acostumbrada a multitareas, empujó la carriola hacia el interior de la lujosa boutique con una mano mientras con la otra me tomó del brazo con firmeza, arrastrándome suavemente tras de sí. Yo me dejé guiar, pero mi cabeza no dejaba de girar, mis ojos buscaban cada rincón de la calle con una desesperación creciente. Cada sombra me parecía sospechosa, cada reflejo en un escaparate me hacía contener la respiración.
Una sensación de estar siendo observada, acechada, se apoderó de mí. Me obligué a respirar hondo, a regañarme mentalmente.
«Estás imaginando cosas, Kiara. Lo confund