•Tres años después••
Miré la pared, repleta de cuadros que yo misma había pintado a lo largo de mi cautiverio, relatando nada en específico. Sentía mis obras tan vacías, carentes de vida. Después de tres años de encierro, donde solo Alexander me permitía salir como su acompañante en eventos importantes, había perdido parte de mi esencia. Aunque cuando vivía con mi padre, tampoco gozaba de mucha libertad que digamos. Pero al menos, me dejaba ir a la universidad. Lo hacía para que consiguiera contactos que le podrían beneficiar en un futuro y con la intención de que yo sedujera a un hombre de alta sociedad que me tomara como esposa. Sus razones no habrán sido las mejores, pero la libertad y la inspiración que conseguí en esa zona educativa fue inigualable. Solo saboreé un pedacito del mundo y fui muy feliz, a pesar de lo poco que duró. Porque apenas llegó a un acuerdo de compromiso con Alexander, fui retirada abruptamente de la universidad a mitad del semestre. Fue como si me sacarán la columna de un solo tirón. Caminé de un lado a otro, dentro de la enorme habitación, que con el pasar de los años, se sentía más pequeña, opresiva. No había ningún espacio en la pared donde pudiera colocar mi nueva pintura, así que no tuve más opción que dejarla en el suelo. Mi celular comenzó a sonar y lo saqué del bolsillo, olvidando que tenía las manos llenas de pintura fresca. —¡Rayos! —dije, tratando de tocar lo menos posible el celular, pero ya era muy tarde, lo había manchado. Era una llamada de mi mejor amiga; Jessica. Aunque honestamente, era la única que había sobrevivido a estos tres años de distancia forzosa. Tuve que usar la barbilla para aceptar la llamada. Fue una tarea difícil, pero no imposible. —¡Kiara! —chilló del otro lado de la línea, casi dejándome sorda—. ¡Te tengo una noticia increíble! ¿Recuerdas que Editorial Cumbre lanzó esa convocatoria para ilustradores? ¡Buscan a alguien para trabajar remoto! Es perfecto para ti. El corazón me dio un vuelco. Editorial Cumbre era una de las más prestigiosas. Un sueño. Yo no era ilustradora profesional, ya que fui forzada a dejar la carrera, pero eso no me había impedido continuar dibujando tanto en papel como en digital. Por suerte, ese era uno de los pocos… “lujos” que se me permitían dentro de esta jaula de oro: dibujar. Y estaba agradecido por ello, de lo contrario, me hubiera vuelto loca desde hace mucho tiempo. —Jess, no te hagas falsas ilusiones. Mis ilustraciones no están a ese nivel —Juguetee con el borde de mi vestido manchado de pintura. —¡Por favor! Eres brillante y lo sabes. Además… —Bajó la voz como si alguien pudiera escucharnos—. Con un marido como Alexander Westwood, ¿qué puede salir mal? Seguro tiene contactos allí. Una llamadita suya y el puesto es tuyo. Un sabor amargo se adueñó de mi lengua. Jessica no entendía, nadie lo hacía. Este matrimonio… Tiene la misma resistencia que una hoja de papel mojada. —Alexander no… No se involucraría en algo así. Era mi manera decente de decir que a mi esposo le importaba un carajo. —¡Tonterías! —Comenzó a reír, usando un tono coqueto—. Es tu esposo. Sólo tienes que ser persuasiva. ¡Usa tus encantos, mujer! Una noche caliente y lo tendrás comiendo de tu mano. Sentí como mi rostro ardía ante sus palabras, al punto de calentar mi cuerpo. Pero todo lo que decía no podía estar más lejos de la realidad. En estos tres años de matrimonio, mi esposo se ha negado a tocarme, como si estuviera manchada, sucia… Indigna. En este punto, no sabía si le daba asco mi apariencia física o el hecho de creer que fui tomada por otro hombre. —Jessica, no es así… —Empecé a decir, pero fui interrumpida por la puerta de la habitación siendo abierta. Alexander entró como un huracán, robándome el aliento con aquellos ojos fríos que podían congelar hasta los veranos más calurosos. Mis manos se movieron por si solas, cancelando la llamada. Cada vez que este hombre entraba en la habitación, sentía que me robaba el oxígeno. Me recorrió de pies a cabeza, detallando mi piel pálida, manchada de pintura al igual que mi vestido viejo. Hasta yo misma era consciente de lo horrible que era, ya que lo usaba siempre que pintaba. Su cabello castaño oscuro estaba peinado hacia atrás y llevaba un traje negro impecable que marcaban sus músculos. —Vístete. Algo formal —ordenó, sin preámbulos—. Me acompañarás a un cóctel en el hotel Windsor en media hora. —¿Qué? ¿Ahora? ¿Tan pronto? —Agrandé los ojos. Él jamás me había avisado de un evento con tan poco tiempo de preparación. ¡Y justo cuando aparento haber sido atacada por un arcoíris! —No me hagas repetirlo —espetó, su tono gélido—. No es una solicitud. Es una orden. Salió de la habitación sin decir nada más. Y para mí mala suerte, tuve que hacer algo que no era común para la mayoría de las mujeres y yo estaba incluida en ese combo: Alistarme en quince minutos. ________________ Media hora después, estábamos en una fiesta aburrida, con personas aburridas, hablando de cosas aburridas. En conclusión, lo mismo de siempre. Nada de lo que me rodeaba me causaba suficiente inspiración… Bueno, tal vez para dibujar algo lúgubre y que represente la falsedad. Estaba sujeta del brazo de Alexander, fingiendo ser una esposa trofeo a pesar de saber que todos los presentes me consideraban una zorra. Y eso solo incitaba más a Alexander a sacarme en público, para demostrar que me tiene sujeta de la correa como si fuera un animal. He hecho lo posible por mantenerme obediente y sumisa desde aquel día en el altar, solo por el bien de mi madre, para evitar que mi padre la mate a golpes. El primer ministro terminó de conversar con mi esposo y se retiró. Para mi mala suerte, Vania Fox se aproximaba hacia nosotros, ondeando su cabello rubio mientras nos miraba con sus ojos de zorra astuta. ¿Era mucho pedir que faltara a uno de estos tediosos eventos para no tener que verla? No sé, algo así como que le diera una diarrea explosiva. Esa mujer me odiaba tanto como deseaba a mi esposo. Y lo peor, era que pertenecía a una familia tan poderosa como la de Alexander. —Hola, Alex, cada día estás más guapo —Lo saludó con un beso en la mejilla, ignorando por completo mi existencia. Deslizó su mano por el brazo de Alexander, mientras yo me aferraba con fuerza al otro. Temía de cada movimiento de esa víbora que trataba de arrebatarme a Alexander. Porque si él llegaba a divorciarse de mí, mi padre me mataría. —Tú también luces muy bien, Vania —respondió mi esposo, dedicándole una modesta sonrisa. Muy pequeña, pero… Era más de lo que me había ofrecido a mí en estos tres años de matrimonio. Por un segundo, me sentí pesada en aquella habitación, mientras ambos conversaban con plenitud, como si yo no existiera. Como si no perteneciera a este lugar. Y tal vez tenían razón, después de todo, jamás encajé en ningún lado. Estaba perdida en mis pensamientos, cuando un comentario de Vania me trajo a la realidad. —Una pena que no todos sepamos valorar lo que tenemos —dijo, mirando en mi dirección sin disimulo—. Pero si en cualquier momento te aburres de la insípida de tu mujer, sabes que siempre estaré aquí para ti. Después de todo, es una pena que tengas que compartir cama con una mujer de apariencia tan… Peculiar. Se estaba ofreciendo a mi marido al mismo tiempo que me menospreciada. ¡Y en mis narices! Apreté el brazo de Alexander con fuerza, sin poder resistir el veneno en mi lengua. —¿Por qué mejor no te consigues un esposo que apague tu calentura en lugar de buscar el de otra mujer? Pareces una cualquiera. Vania parpadeó repetidas veces, sin poder creer lo que acababa de salir de mi boca. Mi esposo miraba en mi dirección, sin mostrar expresión alguna. —Deja de creerte mucho por casarte con Alex —contratacó con fuerza—. Eres solo un error, tanto tu matrimonio como tu nacimiento, cucaracha blanca. La humillación me golpeó como un puño en el estómago. En especial, porque era consciente de que muchos escucharon sus palabras. Retrocedí, apartando mis manos de Alexander y apretando los puños a ambos lados de mi cuerpo, sintiendo como la rabia me corroía por dentro. —¡Silencio, Vania! —Interrumpió Alexander, llamando la atención de las dos. —Pero Alex, ella... —No me interesa lo que tengas que decir —Apretó la mandíbula mientras la fulminaba con la mirada—. Kiara es mi esposa, mi mujer. No voy a permitir que la insultes ni la humilles frente a todos. Cualquier insulto en su contra, es una falta de respeto hacía mí. Agrandé los ojos, sin poderme creer lo que acababa de pasar. Alexander me... Defendió. Nunca lo había hecho, pero la verdad, tampoco había tenido la necesidad. Muchos me insultaban o me lanzaban indirectas, pero jamás frente a Alexander. Vania había sido la primera estúpida que se le había ocurrido hacerlo. Tal vez pensó que Alexander la apoyaría y debía admitir que hasta yo lo pensaba, por eso jamás me molesté en decirle las palabras hirientes que varios de su círculo social me soltaban cuando se separaba de mi lado. Vania se puso de todos los colores antes de marcharse rápidamente. Alexander se giró en mi dirección para verme, pero no pude sostenerle la mirada. No sabía cómo afrontarlo. —Yo... Tengo sed —dije rápidamente, pero sinceramente, era verdad, ya que sentía la garganta seca—. Voy a buscar algo de tomar. No le di tiempo de responderme, caminé en la dirección contraria hasta desaparecer entre las personas, ocultando mi vergüenza en el bar de la zona más alejada de la celebración. Justo cuando estuve a punto de pedir algo de alcohol, una risa cercana llegó a mis oídos, causándome escalofríos. Esa risa… Yo la conocía muy bien. La había escuchado muchas veces en el pasado, antes de que saliera de mi vida, abandonándome en el muelle como a una maleta vieja. Volteé, sintiendo que el alma se me desprendía del cuerpo ante la imagen que estaba frente a mis ojos. «Era imposible»