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Capítulo 2: El sabor de la humillación

Estaba en las puertas de la iglesia, sintiendo que mis manos sudaban y que mis pulmones iban a colapsar en cualquier momento.

—Que no te vea hasta que diga acepto —dijo mi padre con brusquedad, colocando el velo sobre mi rostro—. Ya te ha visto antes, pero igual, no me quiero arriesgar a que tu apariencia fantasmagórica lo haga arrepentirse a último minuto.

Mantuve mis labios sellados en una línea fina.

Una mujer se nos acercó, entregándome un ramo de flores. Lo tomé con fuerza, tratando de drenar el miedo que recorría mis arterias. Pero no podía evitar pensar que estaba a punto de convertirme en la esposa de uno de los hombres más temidos en el país.

Las puertas de la iglesia de abrieron, dándome la bienvenida a mi nueva condena.

«Solo tienes que resistir, Kiara. Tal y como lo has hecho toda tu vida» me dije a mí misma.

La marcha nupcial fue una pesadilla, no sólo porque sentía mi cuerpo como gelatina, sino también por las miradas de los invitados. No podían verme debajo de aquel velo, pero ya sabían de antemano que la novia del heredero de la fortuna Westwood era una albina cuyo padre poseía una fortuna muy inferior.

Aunque en estos momentos… No sabía si me estaban juzgando por quién era, por el hecho de que estaba llegando tarde a mi propia boda o por mi vestido sucio. Pero lo que si tenía por seguro, era que todos en la sala debieron darse cuenta de que había tratado de huir miserablemente de este casamiento. Que esto no era más que un matrimonio forzado.

Una vez que estuve en el altar, me costó enfrentarme al hombre que estaba a mi lado. Su simple presencia me resultaba intimidante, pero tuve que hacerlo. Subí la mirada para poder ver el rostro de mi nuevo carcelero. Los ojos grises de Alexander estaban fijos en mí, con una intensidad que casi me hizo caer de rodillas. Sus facciones eran duras y marcadas, una armonía perfecta entre rudeza y una sensualidad que se manifestaba en cada músculo de su rostro.

Era guapo, demasiado para ser verdad, pero eso no quitaba el miedo que sentía hacía él y su reputación.

La ceremonia comenzó y él no dijo ni una palabra. Se limitaba a mirarme como si pudiera traspasar el velo.

Ambos dijimos nuestros votos. Y entonces, el sacerdote anunció el anunció el momento del beso. Jamás había sentido los labios tan resecos en mi vida, la garganta agrietada.

Se acercó tanto que el olor de su colonia penetró mi nariz pese al velo. Un aroma embriagador y masculino.

—Te atreviste a avergonzarme frente a todos los presentes —Su susurro estaba cargado de un sentimiento tan amargo que me hizo temblar—. A jugar con mi apellido y mi tiempo. Y eso, Kiara Westwood, es considerado traición en mi familia.

Tragué saliva, siendo consciente de los latidos acelerados de mi corazón.

—Yo… Lo lamento —dije en un hilo de voz.

—Una disculpa vacía no significa nada para mí —Podía notar como apretaba la mandíbula—. Me encargaré de que pagues por esta humillación.

Con un movimiento brusco, levantó mi velo. Sus ojos grises, ya de por si severos, se oscurecieron a un punto que creí imposible. Evaluó cada centímetro de mi rostro pálido y yo no me pude sentir peor, juzgada.

Seguro ya se estaba arrepintiendo ahora que me tenía de frente, detallando mis rasgos inusuales a causa del albinismo. Su mano fue a mi mejilla hinchada, pasando su pulgar sobre la zona lastimada.

Un leve quejido abandonó mi garganta en contra de mi voluntad, estremeciéndome bajo su toque.

—¿Quién carajos te hizo eso? —Sus dedos fueron a mi mentón, obligándome a mantenerle la mirada.

Por un segundo, sentí que se me había olvidado como hablar. Mis labios no se movían, pero por instinto, mis ojos fueron a mi padre.

—¿Fue él? —preguntó en un gruñido bajo.

Me obligué a verlo nuevamente. Sus ojos estaban fijos en mi progenitor, su expresión severa. No pude responder, pero no fue necesario, Alexander ya se había dado cuenta.

—¿Cómo te atreves a golpear a mi esposa el día de nuestra boda? —Se dirigió a mi padre en voz alta, para que todos nos escuchen. Mi ahora esposo retiró sus dedos de mi mentón, y en su lugar, tomó mi mano como prisionera—. La inversión en tu empresa queda retirada de inmediato.

Federico; mi padre, agrandó los ojos, horrorizado.

Los presentes murmuraron entre ellos, soltando exclamaciones.

—¡Alexander, por favor! ¡Ella se resistía! ¡Estaba tratando de escapar con otro hombre y tenía que impedirlo a como diera lugar!

Ahora fue mi turno de agrandar los ojos.

¿Cómo le iba a decir eso a mi ahora esposo? Una cosa era que haya intentado escaparme, pero decirle que fue con otro hombre, era como si intentara cavar mi tumba.

Sentí como Alexander presionaba mi mano con fuerza al tiempo que los murmullos subieron de tono.

—¡Silencio! —La voz de Alexander retumbó en la iglesia, mirando en mi dirección con intensidad. Todos los murmullos se detuvieron—. Si ese es el caso, la futura cooperación entre nuestras compañías dependerá de una sola cosa ahora: del comportamiento de mi esposa. Si ella logra complacerme y comportarse como es debido, entonces tendremos un acuerdo. Pero si ella desafía mi autoridad, el trato se cancela y nuestra asociación terminará. ¿Entendido?

—Claro, ella se comportará. Es mi querida y amada hija, sabe cuál es su lugar —Mi padre sonrió, fingiendo que no era el monstruo que se encargó de aterrorizarme durante toma mi vida.

Avanzó en mi dirección, con los brazos abiertos. Pensé que me golpearía, sin embargo, hizo algo que nunca había hecho: me abrazó.

Mi cuerpo se puso rígido al instante.

—Más te vale complacerlo en todo y cumplir cada uno de sus caprichos —susurró en mi oído—. Porque si arruinas esto, tu madre será quien pague las consecuencias.

Sin poder controlarlo, apreté con fuerza la mano de Alexander, enterrándole las uñas en la piel. Para mi sorpresa, no se quejó.

—Ya es hora de irnos —dijo Alexander con su voz severa, apartándome rápidamente del agarre de mi padre.

Solté una gran bocanada de aire que no sabía que estaba conteniendo.

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Una vez que estuvimos dentro de la habitación de su mansión, pude sentir la tensión oprimiéndome. Las palabras de mi padre resonaban en mi cabeza, una y otra vez. Su amenaza latente, el bienestar de mi madre dependía de mí.

Él estaba de espaldas, sirviéndose un trago.

Sabía lo que tenía que hacer, lo que un esposo espera de su esposa en la noche de bodas. Con mis manos temblorosas, fui desabrochando con dificultad los botones del vestido.

Con un vaso de whisky en mano, se giró, encontrándose con mi vestido aflojado de cintura para arriba, revelando un escote mucho más pronunciado de lo que se consideraba apropiado.

El rostro me ardía de vergüenza, pero eso no me detuvo, terminando de soltar mis botones bajo su atenta y fría mirada. Una vez que estuve desnuda de cintura para arriba, se acercó a mí.

Su mano grande y caliente fue a mi cuello, solté un jadeo al sentir su calor, su tacto. El toque no fue brusco, pero si firme. Tragué saliva con dificultad y él debió notarlo, porque sus ojos grises se oscurecieron sutilmente.

Como si estuviera torturándome, su mano fue a mi clavícula, pasando su pulgar por el hueso. Involuntariamente, me estremecí.

—Por favor… —Las palabras salieron de mi garganta sin permiso, causando que mi rostro ardiera terriblemente.

—¿Por favor? —repitió, arqueando una ceja con aquel gesto severo—. ¿Es eso lo que le suplicaste a ese hombre con el que intentaste huir? ¿Le rogaste qué te salvara de mí?

—No, yo…

—No quiero oír tus excusas —Me interrumpió con firmeza—. Tampoco quiero tu cuerpo después de haber sido utilizado por otro hombre —Agrandé los ojos ante sus palabras, porque a pesar de haber sido novia de Marcos, no había llegado a entregarle mi cuerpo a causa de mis inseguridades—. Esta mansión es tu nueva prisión. No salgas de ella si no se te ordena. No me busques. No existes para mí hasta que decida lo contrario.

Y con aquellas palabras, me soltó, pasando junto a mí para salir de la habitación sin mirar atrás.

Me dejó en mi nueva jaula, sola, medio desnuda, con el sabor de la humillación cubriendo mi lengua. Y en ese momento me di cuenta, que mi vida sería un tormento diseñado para romperme y moldearme a su antojo.

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