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Capítulo 4: Sombra del pasado

Parpadeé varias veces, esperando que la figura ante mí desapareciera. Quería creer firmemente que estaba sufriendo una alucinación o estaba viendo un espíritu. Pero aquel cabello rubio no desaparecía.

Marcos Kent.

El hombre que me había roto el corazón hace tres años, el cual había desaparecido sin darme explicación, se encontraba a pocos metros de distancia. Estaba charlando y sonriendo con un grupo de hombres. Llevaba un traje costoso, con una expresión de superioridad en el rostro, como si siempre hubiese pertenecido a este lugar.

Sentí como si el suelo comenzara a moverse debajo de mis pies.

Una amargura se adueñó de mis venas al recordar como se marchaba en ese maldito barco mientras me veía como si fuera una mera desconocida. Y ese sentimiento se intensificó al saber que la razón por la que se marchó fue porque mi padre le ofreció dinero a cambio de desaparecer de mi vida y él aceptó. Me dejó ir por unos cuantos billetes como el miserable que era, pero que nunca me di cuenta porque estaba cegada, ya que fue el primer hombre que se fijó en mí a pesar de mi condición.

De pronto, sus ojos marrones cayeron sobre mí.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Las rodillas me temblaron levemente y pude ver su intención de acercarse, pero yo no quería ni siquiera que respirara el mismo oxígeno que yo. Sin pensarlo dos veces, salí a la azotea, sintiendo como el aire fresco penetraba mi piel. Y eso era justo lo que necesitaba, porque por dentro, estaba ardiendo en rabia.

Fui hasta la barandilla, mirando el horizonte, tratando de controlar las ganas que tenía de gritar, chillar, derribar todo.

Una mano se posó en su espalda y enseguida supe de quién era, así que me aparté rápidamente, enfrentándome cara a cara con Marcos.

—Kiara, me alegra volver a verte. Sabía que te encontraría en este lugar —Sus ojos parecían a punto de estallar de emoción, recorriéndome de arriba abajo. Al verlo, ya no sentía las mismas mariposas que en aquella época, cuando era ingenua

—¿Qué rayos haces aquí? ¿Cómo entraste a este lugar? —Cerré los puños, enterrándome las uñas en la piel, reprimiendo mis emociones tal y como lo había hecho estos últimos tres años. Pero por primera vez… Sentía que me estaban rebasando.

—Ahora tengo mi propia empresa. Estoy haciendo negocios en la ciudad —Su tono fue suave, cuidadoso, sin apartar sus ojos de los míos—. Pero yo vine… Vine porque quería verte. Pienso sacarte de aquí, de esta vida. Sé que has sufrido mucho en manos de Westwood y me encargaré de liberarte de sus garras.

Fruncí el ceño, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

¿Cómo podía desaparecer por tres años y regresar diciendo esas babosadas? No podía llegar actuando como el héroe cuando fue un vil cobarde.

—¡Que cínico eres! —Apreté la mandíbula, evitando gritar a pesar de que estábamos solos en la azotea—. ¡Me abandonaste! ¡Preferiste irte de la ciudad con tus bolsillos llenos en lugar de llevarme contigo! ¡Me regalaste a otro hombre! ¡Se supone que era tu novia! ¡Pensé que me amabas! Pero si en verdad me amarás… Jamás me hubieras dejado para que me convirtiera en la mujer de otro hombre —Las palabras se derramaban de mi boca sin control.

Tenía mucho que decirle, tanto que gritarle, todo lo que me había guardado en estos tres años, donde él se fue sin permitirme darle un cierre a esa parte de mi vida. Pero no me dejó continuar, tomando mi muñeca y colocando una tarjeta en mi mano.

—Es la dirección del hotel donde me estoy quedando —dijo con firmeza, sin soltarme la muñeca—. Ven a verme y te explicaré todo. Este no es el mejor lugar para hablar.

—¡Estás demente! —gruñí, soltándome de su agarre.

Debí arrojarle la tarjeta, tirarla al suelo, incluso, metérmela en la boca y masticarla frente a sus ojos. En su lugar, la mantuve dentro de mi puño cerrado.

—Kiara, yo en verdad quiero… —Comenzó a decir, estirando su mano en mi dirección, hacía mi rostro.

Antes de que me pudiera apartar, una mano grande y gruesa se cerró sobre su muñeca. Mis ojos fueron al individuo en cuestión y casi se me cayó el alma al suelo. Pude sentir que comenzaba a sudar frío.

Alexander lo miró con los ojos inundados en llamas. Lo apartó de un empujón, haciendo que Marcos retrocediera. De pronto, la mano de mi esposo fue a mi cintura, sus dedos se cerraron en mi piel como si fueran grilletes. Me estrechó contra su cuerpo, de una forma en la que nunca había hecho antes. Como si temiera que saliera huyendo a la más mínima oportunidad. Y sinceramente, en estos momentos, era justo lo que quería.

No fui capaz de articular ni una sola palabra al ver aquellos ojos grises rociados en gasolina. Pero no me estaba mirando a mí, sino a él.

—¿Qué crees que haces con la mujer de otro hombre? —habló Alexander, un tono letal que no le había escuchado antes, ni siquiera el día de nuestra boda.

Marcos enderezó la espalda, enfrentándolo con una determinación sorprendente.

—El único problema aquí eres tú, Westwood. Este matrimonio es una farsa y todos lo saben. No la ama. La tiene prisionera.

Noté como Alexander apretaba la mandíbula.

—Será mejor que cuides tu lengua si no quieres que te la arranque.

—Lo que usted puede ofrecerle, yo también puedo dárselo ahora —declaró Marcos, sin mostrar temor. Su mirada se volvió hacia mí—. Kiara no merece esta vida. Deberían divorciarse.

¿Divorciarme? ¿Alexander me lo concedería? Si llegara a pedírselo…

Mis pensamientos se cortaron cuando el puño de mi esposo impactó contra la mejilla de Marcos. Un chillido escapó de mis labios.

Mi exnovio se fue para atrás, golpeando una mesa con decoraciones absurdas. Estas se cayeron al suelo, rompiéndose en pedazos.

¡No, la gente se daría cuenta! No podía dejar que mi padre se enterara de esto, me culparía a mí.

Alexander no tenía intenciones de detenerse.

—¡Alexander, no! ¡Basta! —Me coloqué en el medio, con mis manos sobre sus pectorales duros y marcados. Podía sentir sus latidos acelerados.

Sus ojos cayeron sobre mí, frunciendo el ceño.

—¿Lo defiendes? —gruñó. Su tono provocó que se me erizara el vello del cuerpo—. Después de todo, ¿todavía te preocupas por el imbécil que te abandonó?

Agrandé los ojos.

¿Cómo Alexander sabía que Marcos era el hombre con el que intenté escapar? Ellos jamás se vieron.

No logré articular ninguna palabra. Me tomó de la parte trasera de los muslos y me colocó sobre su hombro. Un chillido escapó de mi garganta.

¿Qué estaba pasando?

—¡Alexander, bájame! —Forcejeé, pero me ignoró, sacándome de la azotea—. ¡Por favor!!

Pero no me hizo caso, en su lugar, me dio una nalgada.

Un grito ahogado murió en mi garganta, al tiempo que mis mejillas ardían.

¡Él jamás me había tocado de esa forma!

Pude ver cómo pasábamos al salón, entre las personas, hasta que me introdujo al elevador. Con un movimiento rápido, me puso en el suelo cuando las puertas se cerraron. La cabeza me dio vueltas ante el brusco movimiento.

Me colocó contra la pared, aprisionándome con su cuerpo.

—Cree que puede venir y reclamar lo que es mío —Su mano fue a mi mentón, obligándome a ver sus ojos de acero—. Estás condenada a permanecer a mi lado el resto de tu vida, Kiara. Eres mía. Siempre lo fuiste. Y si hubieras aceptado tu lugar desde el principio, no tendrías esta clase de vida.

Arrugué la frente, sin entender lo que estaba diciendo.

—Alexander, ¿A qué te…? —No pude terminar la oración.

Bajó su rostro a mi cuello, mordiendo mi piel sin previo aviso. Un chillido escapó de mis labios y me estremecí. Traté de apartarlo, pero su cuerpo era como una barrera caliente.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté con el corazón acelerado.

—Marcando lo que me pertenece —gruñó.

Sus dientes volvieron a clavarse en mi piel, pero esta vez, en la clavícula. El dolor no tardó en llegar, aunque al mismo tiempo… Podía sentir como mis venas se calentaban y no era de rabia precisamente.

Quise culpar de mi reacción a su olor masculino, a la calidez que transmitía cuerpo y a sus manos que comenzaron a jugar con el borde de mi escote, pero me estaría engañando a mi misma.

De un momento a otro, me encontraba sujetando su saco, pero no para apartarlo y eso fue lo que más me desconcertó.

Mi cabeza me decía que esto estaba mal, pero mi cuerpo no reaccionaba de la misma forma.

Con un movimiento rápido, bajó la parte superior de mi vestido de un tirón, dejando mis senos a la vista.

Agrandé los ojos, viéndolo. Sus ojos grises estaban oscurecidos, como si estuviera perdido en su fase más primitiva.

¿Pensaba tomar mi virginidad aquí? ¿En un elevador donde podían descubrirnos fácilmente?

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