Al tercer día, me encontraba fresca como lechuga, según yo. Aún dormía como un tronco cada vez que tenía la oportunidad, pero al menos, ya no sentía la garganta llena de cenizas.
Y por sorprendente que me pareciera, Alexander había permanecido a mi lado durante estos tres días, solo se iba ocasionalmente unas horas y volvía. Suponía que tenía que ser por temas empresariales. A veces, me dormía y él no estaba, pero al despertar, estaba ahí.
Jamás había compartido tanto oxígeno con él.
En estos momentos, ya llevaba más de una hora desaparecido y a mí ya me habían dado el alta. ¿Será que no vendría a buscarme? ¿Pensará que ya habrá sido suficiente de cuidar a su esposa por contrato?
Me quité la bata de hospital, frunciendo el ceño, sin saber por qué.
Debería estar feliz de que se haya largado. Además, yo también me pensaba pero de su vida, sin que se entere.
Con eso, recordé que tenía algo importante que hacer.
Tomé el celular y marqué el número del monstruo al que tenía por