Aranza frunció el ceño con extrañeza.
— Mi nombre es Aranza — respondió, intentando alejarse de él.
Ernesto sacudió su rostro.
— ¡No te vayas!, por favor — suplicó, sin soltarla.
Aquella chica se estremeció al escucharlo.
— No lo haré —mencionó— , tranquilo — susurró con voz dulce y sujetó una de sus manos.
Ernesto presionó con firmeza su agarre, sus manos temblaron, ante su calidez.
— Tienes que descansar — explicó Aranza— , necesitamos que estés tranquilo, es muy importante — explicó— . Necesitamos contactar a tu familia.
Ernesto se quedó pensativo.
— No, por favor, mi hermana y mi mamá, están ocupadas en este momento — refirió— . No podrían venir — explicó, pensando en que no podía dejar sola a su hija, en manos de Sandra— . Voy a estar bien, lo prometo.
Aranza presionó con fuerza sus labios.
— Estaremos pendiente de ti — expresó con suavidad.
— Gracias — el joven habló más tranquilo.
— Necesitamos esperar a que tu cerebro se desinflame — el doctor Martín intervino— , e