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Fuimos a buscar a Ashley y a Nahuel y nos invitaron a almorzar cerca de las Galerías Pacífico. Considerando que éramos siete moviéndonos en melé, apareció otra SUV y, por suerte, desaparecieron los choferes, porque ya bastante me cohibía la parafernalia de andar con Brian y Jimmy para todos lados, siempre serios y silenciosos uno o dos pasos más atrás, sus miradas de rayos láser escaneando alrededor. Por suerte también, en la parrilla se sentaron con nosotros, y nos salvaron a Nahuel y a mí de quedar como carnívoros cavernícolas junto a ustedes tres, vegetarianos irreductibles que saboreaban verdura asada, desdeñando un soberbio asado argentino.

Casi me muero cuando vi la cantidad de cosas que Ashley le había comprado a Nahuel, tantas que también le había comprado dos bolsos para que las guardara, y sólo cabían a presión.

Fue un almuerzo entretenido, en el que mi hijo fue el foco de atención, contándoles a los extranjeros cómo es Bariloche, los amigos que planeaba visi

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