—Hola, zorro.
—Hola, pendejo. Creí que nunca te conectarías. Y sabes que detesto que me llames así.
Stu frunció el ceño y se inclinó con cuidado para espiar la pantalla. Era algo que no podía evitar desde la noche que volviera a San Francisco, cuando había descubierto que verla le decía tanto de ella como escucharla.
C estaba sentada en el suelo de lo que parecía ser un pasillo estrecho. La única luz era un haz oblicuo que llegaba de otra habitación, como si hubiera entornado una puerta. No parecía vestir más que una camiseta, hecha un ovillo con las piernas desnudas recogidas contra su pecho, cigarrillo en una mano y botella de cerveza en la otra. La imagen no mostraba más arriba de sus hombros.
—¿Estás bebiendo? —preguntó sorprendido, porque nunca había sabido que ella bebiera sola.
—S&