Yo conocía esta casa. Sombría, silenciosa, solitaria, huellas de muerte como hojas de diarios viejos, agitadas por un viento ido, crujiendo ecos. La casa de mis padres en la calle Mitre. Una casa que ya no existía: la habían demolido allá por los ’90 para edificar locales comerciales, y ahora era sólo un decorado fantasma para otros fantasmas. Sólo existía en mis sueños, donde ni los años ni la distancia podían nada contra estas paredes obstinadas, que se sostenían en pie a hombros del recuerdo.
Era la casa donde murieran mis padres, y era el escenario recurrente de mis sueños relacionados con miedos, tristeza y soledad.
Respiré hondo en mi sueño al reconocerla. Había llegado a un punto en mi vida en el que la mayoría de las veces que aparecía ahí, me daba cuenta de que estaba soñando, y aunque era incapaz de despertar, al menos podía prepararme para lo que pudiera enfrentar.
Empecé a recorrerla sin apuro ni entusiasmo, resignada a la sensación opresiva que no t