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Toqué un rato por inercia, las canciones de siempre, hasta que mis dedos se soltaron lo suficiente para empezar a jugar. Encontré una serie de acordes en mi mano izquierda, busqué con la derecha una frase que acompañara. Seguí vuelta tras vuelta, algo tan parecido a moldear arcilla, tratando de descubrir la forma que la música quería. Entonces, por pura costumbre, empecé a tararear, como tanteando la arcilla para ver dónde estaba el hueco en el que se acomodaba la voz. Pero faltaban palabras para fijar la melodía, definir los ritmos y las pausas.

Y las palabras llegaron.

Como tantas otras veces, parecía que siempre habían estado ahí, esperando que me dignara a cantarlas. Y con las palabras vinieron las emociones, que no tardaron en ganarme, tomándome por asalto con toda su crudeza.

Garabateé la letra de volada en mi libreta, entre rayones y marcas.

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