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Stu contaba entre gruñidos haciendo sus ejercicios del día, que consistían en apretar en su puño una pelota de goma hasta que se le entumecía todo el brazo o poco menos.

Si todo iba bien, podría reflotar la gira a Australia a fin de año. Si todo iba bien y el quinesiólogo se dignaba a darle el alta. En realidad la quinesióloga, una amiga de la mujer de Scott, cuyo celo profesional ya había dado pie a más de cuatro bromas intencionadas de sus amigos. Bromas que él había preferido ignorar tan olímpicamente como las penosas indirectas de la propia quinesióloga. Era buena profesional, una mujer inteligente y atractiva, pero le faltaba algo. Era incapaz de decir qué, pero era eso que hace que uno desee a una mujer o le resulte completamente indiferente. Como era el caso.

El autobús zumbaba hacia el sur por la Interestatal. Terminó los ejercicios y se estiró en su asiento frotándose el brazo. No era mala idea dormir un poco.

Ray tocaba la guitarra un

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