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Lo dejé despacharse sin interrumpirlo, conteniéndome para no preguntarle si me hablaba a mí y si escuchaba lo que estaba diciendo, porque me costaba dar crédito a mis oídos.

Beto habló todo el tiempo en un tono mesurado y hasta comprensivo que parecía diseñado expresamente como una invitación a bajarle los dientes. Y mientras tanto, por azar o no, los demás fueron moviéndose por la sala, de tal forma que cuando Beto tuvo a bien callarse, los otros tres estaban junto a la batería, a su lado, y yo había quedado sola al otro lado del círculo roto, parada frente a ellos como si fueran un jurado o una mesa examinadora.

Como tardé en contestar, Jero tuvo la pésima idea de tratar de ser conciliador.

—Yo creo que todavía te sentís un poco perdida desde que no hacés la segunda guitarra —dijo, otro dechado de mesura y madurez—. Y por eso te cuesta encontrar tu propio espacio en la dinámica de este año.

—Tal vez podrías volver a tocar las bases de algunas canciones

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