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Fruncí el ceño, porque sólo podía imaginarlo en un sentido puramente intelectual.

—Y de pronto lo comprendí. Estaba bajo la ducha en Roma, lo que sentía me hacía temblar las rodillas, y escuché que esta mujer me hablaba al oído. Y no hablaba en inglés. —Me enfrentaste esperando una reacción que no tuve, demasiado ocupada tratando de entender lo que me contabas. Sonreíste de costado—. De modo que tan pronto pude salir de la ducha, te llamé. Y ahí estabas, esperándome, un poco ebria y medio desnuda.

Me envaré al escucharte. ¿Estabas hablando de la noche en que te había dicho lo que sentía por vos? La noche que… ¿La noche que me había acostado con ese tipo parecido a vos?

¡Era imposible!

—¿Qué? ¡Aguarda! ¿Qué tengo que ver yo con tu sueño y todo eso?

—¿No lo comprendes? —preguntaste con suavidad, y me tomaste la mano sobre la mesa—. Lo sentí. En esa ocasión dijiste… —Reíste por lo bajo—. Creo que puedo citarte palabra por palabra. Di

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