C tironeó para que Stu aflojara su abrazo y le permitiera enfrentarlo. Él le sonrió con toda la ternura que siempre le provocaba, le acarició la cara sucia con suavidad.
—Yo siempre estaré cerca, ¿sabes? —le dijo—. Tan cerca como tú me lo permitas. —Enjugó sus lágrimas ignorando las que le hacían escocer los ojos, la sintió estremecerse.
C hundió la frente en su pecho. —¿Permitir? —repitió, casi divertida—. Entonces vas a tener que hacerte a la idea de que me tendrás siempre pegada a tu costado.
—Cuanto más cerca mejor —replicó Stu con toda honestidad. Ella se acurrucó contra él y él se quitó la chaqueta para cubrirla—. Y ya estás otra vez a punto de pescar un resfriado —la regañó con dulzura.
—Qué sería de mí sin ti, ¿verdad? —murmuró C, muy quieta, una mejilla contra el pecho de Stu y los ojos vueltos hacia el mar.
Él estuvo a punto de preguntarle a quién le hablaba, pero no tuvo ocasión. C se apartó de él y se puso de pie de un salto. Stu vio sorprendido que se desvestía a toda pris