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Entonces me levanto, harta de mí misma, de esta felicidad de cartulina, de vos encerrado en la ducha con una botella de tinto. No sé dónde están mis auriculares y no tengo ganas de buscarlos, así que rompo mi regla de oro y busco en YouTube una canción que acaba de venirme a la cabeza, para escucharla así nomás. Debe hacer veinte años que no la escucho, pero si no me falla la memoria, va bien con cómo me siento, así que debería ayudarme. Me va a ayudar a aflojar un poco este nudo en la garganta que me ahoga, y con un poco de suerte tal vez hasta pueda llorar y desahogarme un poco.

Pero cuando la escucho después de media vida resulta que no habla de mí, de lo que estoy sintiendo. No me dice “yo también pasé por esto, lloremos juntos porque vos y yo sabemos de qué hablo”. Resulta que el pelotudo de Phil Collins me habla de vos, no de mí. No es mi paño de lágrimas sino tu compañero de desgracia.

O sea que cuando escuché esta canción por primera vez, más o menos cuando Ray

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