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No había insistido en llevarla con él más allá de la rompiente, como tantas veces le dijera que haría. La había dejado sentada en la arena, en su contemplación absorta, silenciosa del mar. Había salido a buscar su propio silencio y su propia emoción.

Los había hallado, y eso le devolvió el sentido del tiempo. Respiró todo lo hondo que pudo, alzó la cara hacia el cielo y el sol, sintió la brisa marina. Empuñó el remo y giró la tabla sin incorporarse. Y al enfrentar la costa vio que C ya no estaba allí. Se protegió los ojos del brillo del sol con una mano y recorrió la playa con mirada atenta, sin encontrarla. ¿Tal vez había ido a la casa a buscar algo?

Su vista periférica percibió un movimiento en el agua, breve y fluido, que bastó para atraer su atención. Sonrió al ver asomar la cabeza oscura después de dejar pasar una ola mansa, aguardó con el remo cruzado sobre los muslos.

C nadaba sin prisa, a un ritmo constante. Una ola comenzó a alzarse bajo la tabla de Stu

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