Capítulo 44. Es hora de pagar tu deuda.
El dolor no era un extraño para Lucifer D’Angelo. Había lidiado con cuchillos, balas y traiciones incontables, pero la herida del machete en su hombro derecho era diferente. Era una herida que limitaba, que castraba. Estaba en la enfermería improvisada de un hangar remoto, sintiendo el hormigueo paralizante mientras el médico jefe suturaba la carne desgarrada y fijaba el hueso con una férula.
—Don, no puedo moverle el brazo derecho. La hoja cortó profundo. Necesita una cirugía seria en Milán —dijo el doctor, la voz temblorosa.
Lucifer no respondió. Estaba concentrado en la presión del vendaje, intentando forzar la voluntad sobre la carne. La rabia no era un fuego; era una roca fría y pesada en su estómago. Su propia fuerza, su propia habilidad para protegerla, le había sido arrebatada.
—¿Y si me atacan ahora, Doctor? ¿Qué pasa si Petrov envía a sus perros? —La voz de Lucifer era un gruñido bajo, tan aterrador como el silencio en el centro de control—. El Don D’Angelo no va a Milán