Mientras tanto, en el pequeño obrador, Sofía estaba terminando su jornada. Se sentía mejor después de hablar con su madre y Clara, pero el vacío en su pecho seguía allí. Aún dudaba, aún le dolía la traición.
La campana de la puerta tintineó. Sofía levantó la vista, esperando a Manolo o a Dolores. Pero su corazón dio un vuelco al ver a Mateo de pie en el umbral. Llevaba una chaqueta de calle, no su chaquetilla de chef, y sostenía una pequeña caja de madera con delicadeza. Su rostro estaba tenso, sus ojos, llenos de una vulnerabilidad que Sofía no le había visto antes.
El tiempo se detuvo. Los aromas familiares de la panadería parecieron intensificarse.
—Sofía…
Sofía sintió un nudo en la garganta. No había hablado con él desde la discusión. Había esperado su llamada, su visita, pero no sabía si estaba preparada.
—Mateo…
Mateo dio un paso adelante, y Sofía no retrocedió.
—Necesito que me escuches. Por favor. Sé que te hice daño. Que las palabras de Alejandro… que todo parecía encajar. Pe