Capítulo 47. Incomodidad
Lea baja la preciosa escalera de la casa en la cual la han recibido como familia.
“Mi abuela siempre dice que a ninguna criatura le falta Dios y ahora sé que es muy cierto”, piensa sucumbiendo a las lágrimas de felicidad que siente bajar por las mejillas.
Acostumbrada a ser maltratada por su condición de inmigrante no confía en nadie, pero reconoce que estas personas son muy buenas y en poco tiempo la han tratado mejor que el año en que trabajó en esa empresa de seguros donde el jefe no solo la pretendía abusar sino que la metió a la cárcel porque no se dejó.
Escucha unas voces desconocidas al bajar por la hermosa y opulenta escalera hacia la sala de estar de la mansión donde ha sido acogida por Harold y Paula que, como ya se ha dicho son unos muy excelentes y compasivos seres humanos, se seca la cara arrancando el poco maquillaje que se aplicó y el dorso de su mano queda manchado. Pone los ojos en blanco al recordar la expresión de desaprobación que tendría Damián si la viera haciend