Capítulo 84. Arrepentimientos y argumentos
La noche de Manhattan, salpicada de luces de neón y sirenas lejanas, se extendió sobre Damián mientras se apoyaba en el frío balcón de la habitación del hospital. Su padre, Derek, se acercó a él, y la vieja y dolorosa herida se abrió de nuevo. Damián se mantuvo callado, con la vista perdida en el horizonte. La última vez que había visto a su padre, la rabia lo había consumido. Hoy, el dolor era lo único que sentía.
—No sé qué decirte —comenzó Derek, su voz ronca—. Siempre he sido un cobarde. Lo fui con tu madre, lo fui con Albert y lo fui contigo.
—No necesito un discurso de disculpa, Derek. No ahora. Toda mi atención se encuentra en Lea —la voz de Damián era fría como el mármol, sin una pizca de emoción.
Derek asintió.
—Lo sé. Y lo entiendo. Es lo que tu madre y yo siempre quisimos para ti: que te enamoraras de alguien de verdad, que te entregaras a alguien sin reservas.
Damián lo miró con los ojos llenos de tristeza.
—¿Y tú qué sabes del amor? Te fuiste, nos abandonaste. Me dejaste