El trayecto hacia el hospital fue un silencio cargado de ansiedad. En la limusina, el aire se sentía más denso que nunca. A un lado, la familia Del Toro, con la excepción de Mariah, observaba el paisaje de Manhattan. Al otro, Larissa y Lorena, aferradas a sus manos como si la vida se les fuera en ello, mantenían la mirada fija en el asiento de enfrente. Nadie hablaba, nadie quería romper la frágil calma.
Damián, sentado en el asiento delantero, revisaba los mensajes en su teléfono, pero en realidad, su mente estaba en otro lado, pensando en cómo reaccionaría su madre. Sabía que se negaría a ver a Lea. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo irónico de la situación. La misma mujer que le había reprochado por no tener una vida familiar, ahora se negaba a aceptarla.
En el hospital, el olor a desinfectante y el sonido constante de las máquinas hicieron que la abuela Lorena se tambaleara. La mirada de Damián se posó en ella. De inmediato, Harold y Paula la sostuvieron para que no cayera