Los rostros de sus padres se iluminaron al darse cuenta de que Dan también estaba en la sala. Apartaron la vista de Rubí y, sorprendidos, se dirigieron a su hijo:
—Dan, ¿no decías que te quedarías unos días con tus compañeros? ¿Cómo te lastimaste la mano? ¿Y qué haces aquí?
Dan se encogió de hombros.
—Me caí, no fue nada grave —respondió—. Pero ustedes… ¿dónde han estado? ¡Los busqué por toda la casa!
La madre de Dan, con voz suave, le tomó la mano:
—Escuchamos que tu hermana nos quería ver y… aceptamos acompañar a la persona que vino por nosotros.
Sus ojos se posaron en Rubí con cierta timidez, como esperando reproches que nunca llegaron.
Rubí sintió un nudo en el pecho. Aquellos que debieron conocerla hace tanto tiempo apenas empezaban a hacerlo, víctimas de las mentiras de Marcia.
—Señores —dijo ella, conteniendo la emoción—, soy Rubí. Lamento no haberlos conocido antes, pero…
—No te disculpes —la interrumpió su madre, con una sonrisa cálida—. Ya nos conocemos, pase lo que pase.
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